O hace tanto tiempo, los grandes futbolistas de un equipo, incluso sus grandes esperanzas o las piezas más útiles de artillería, debían custodiarse a buen recaudo bajo los siete candados de las cláusulas de rescisión por estas fechas, cuando la apertura de la veda abría los días de caza y cualquier ave rapaz buscaba presa. Cualquier club que se precie ha sido águila o ratón de campo, según cuál sea la historia que se recuerde, que de todo hay. Hoy el mercado parece haberse despoblado como un páramo merced a las estrecheces económicas actuales, hasta el punto de que, según dicen, el propio Messi aceptará jugar por la mitad de lo que lo hizo la pasada temporada, no se sabe bien si por amor a los colores o por la ausencia de una oferta a la altura de su fútbol.

Hoy anda el Athletic inmerso en ese mercado persa donde ya no se vocea como ayer, donde las compraventas de futbolistas solo se cantan en voz baja. Dejó dicho Marcelino antes de irse que quería una plantilla corta para este año, con la idea de reforzarse, si fuese menester, con los cachorros que velan armas. No parece fácil la tarea, habida cuenta que no hay compradores con liquidez en el bolsillo ni ánimo de aventura en algunos futbolistas que tan seguro su contrato en vigor como inciertos los minutos a jugar en su contador. Saben que han de hacer un triple salto mortal en su juego para convencer al técnico pero les aterra el vacío que ven fuera de Lezama. Hace frío, piensan. Y el contrato ya me lo gané. Deshacerse del peso del primer equipo (iba a escribir del lastre pero hay demasiadas susceptibilidades por herir...) es una tarea tan ingrata como complicada y confusa para Rafa Alkorta. No por nada, la historia del club está espolvoreada de reproches del tono "cómo le han dejado ir a ese" o "qué mal se han portado con ese otro", pronunciados sobre nombres de futbolistas por los que San Mamés tampoco daba un duro. El propio Athletic tampoco tiene las posibilidades de refuerzo de antaño. Este año llega Alex Petxarroman por el precio del ticket de la autopista. Esa es la condena: jugársela con una moneda al aire mientras piensas sobre los transferibles, por lo bajinis, eso sí, aquello que decía la canción. "Será posible que me cueste tanto olvidarle".