HÍ aparece en escena el fútbol en estado puro. El fútbol sin futbolistas y sin espectadores, el fútbol desnudo como el deporte rey del cuento, paseándose por las calles de la televisión y con Javier Tebas riéndole las gracias y cantándole aleluyas, gritándole a pleno pulmón aquello de ¡qué bonito es el traje! Su lucha ha sido tenaz y un dale que te pego constante, de eso no cabe duda. Y su empeño va a llevar al Athletic y a todos sus congéneres de competición a estadios y campos de fútbol fantasmas, sin saber bien con qué garantías de salud o, lo que es peor, sobreponiendo la salud de la caja de caudales de los clubes a la salud de la ciudadanía que mirará con asombro cómo uno de los suyos, sano como una manzana, tiene más derecho que a otros de los suyos, en el alambre del riesgo, mendiga un test. Ahora bien, por las dificultades que existen para conseguirlo debe ser más complicado que una de esas legendarias pruebas de admisión para Oxford.

Le hemos oído ahora a Dani García -y antes que a él a otros compañeros de vestuario o a jugadores de otros equipos de fútbol...- un discurso de cordura. “Si gente que lo necesita no lo tiene...”. La reflexión nos invita a otra propia. Tantas veces hemos escuchado -lo hemos pensado, incluso, en según qué tardes...- que los futbolistas son una descerebrados que ahora solo cabe entonar un mea culpa. Los peligrosos eran otros, los que imponen el negocio al espectáculo, el interés a las pasiones del pueblo. Al fin y al cabo, muchos de los futbolistas que conozco son gente que maduró antes que la media de su edad al verse abocados a convertirse en cabezas de familia y motor de mucha gente que les sigue. He aquí el ejemplo.