RA el año del adiós, la cuenta atrás que le quedaba a Aritz Aduriz para marcharse del césped con un sueño largo tiempo acariciado bajo el brazo: la conquista de un título con el Athletic. Lleva tanto fútbol a sus espaldas, tantas cicatrices en su maltrecho cuerpo y en su indomable espíritu de futbolista que conoce bien la fórmula que ha de aplicarse en su mundo: este juego es tan incierto, que la felicidad debe aprovecharse en el momento en que se presenta.

Solventados los mil y un avatares de una Copa que el Athletic jugó como si el mismísimo Alfred Hitchcock, puro suspense, hubiese firmado el guion, Aduriz esperaba ese momento: una final para degustar, la tarta de despedida. Un final feliz en ascuas, a la espera de que el confinamiento derribe el último muro, ese catenaccio atroz que impide el avance del fútbol en estado puro.

Mientras espera, envuelto en las mantas de la incertidumbre, Aduriz hace números. La final se sale de su agenda, repleta de tantas y tantas historias -"mil veces con ilusión y otras menos con dolores", como dice la vieja canción rojiblanca...-, y con un único renglón vacío: dedicado al último remate, ese que le lleva al título. Sueña con una temporada extra de 90 minutos por no quedarse con la miel en los labios y estudia la estrategia a emplear en ese aguardar: no enfocarse en lo que puede perder, sino en lo que puede llegar a ganar.

Mientras espera, inquieto por quienes sufren y admirado por quienes les cuidan y acompañan, ajetreado con los cuidados que rara vez llevan paz a los hogares, los seguidores del último delantero de raza que pisó San Mamés recuerdan su paso por el Athletic con no poca gloria. Si le preguntan por una estatua que inmortalice tan hermoso idilio él habla de los méritos de los gladiadores de batas verdes, de las amazonas de batas blancas. Él habla de las enseñanzas de los últimos días.

Mientras espera a que suene el ¡gong! o el ¡segundos, fuera! bien haría en revisar otras historias del Athletic, esas que hablan de hombres que se quedaron a un metro y medio de la cumbre. La más llamativa, no lo duden, fue la de Iribar. Con dieciocho años de fútbol a sus espaldas y la consagración como dios entre los ídolos rojiblancos de todos los tiempos, El Chopo apenas celebró dos títulos en la carretera. Solo un par de años después de su despedida, ¡solo dos!, el Athletic encadenaba dos títulos de liga y uno de Copa en su último gran reinado. Tan cerca lo tuvo...

Mientras espera, ¿habrá pensado Aduriz en algo así? Con un título de Copa en juego el coronavirus y sus malas artes amenazan con sacarle de los terrenos de juego ante su última oportunidad. A él, a un aguerrido especialista en cazar al vuelo las oportunidades. Quizás por eso haya dejado entrever que, si se da la ocasión, él agradecería esos 90 minutos extra. Veamos si dan con la fórmula.