Sin embargo, en la vida hay comportamientos que también pueden ser calificados de prosociales sin que conlleven coste o esfuerzo alguno para quien los practica o, si acaso, suponen alguna pequeña molestia. Se trata de gestos cotidianos que denotan una cierta benevolencia o amabilidad para con los demás, que hacen la convivencia más agradable, pero que no modifican sustancialmente la calidad de vida de quienes se benefician de ellos. Quienes se han ocupado de estos asuntos lo llaman social mindfulness, algo así como conciencia social.

Imagine una situación en la que llega tarde a una fiesta y usted sabe que otra persona llegará algo más tarde aún, y que solo queda una copa de vino blanco y varias de tinto. Puede usted optar por tomar una de las copas de tinto o por la de blanco. En el primer caso, la segunda persona seguirá teniendo, como usted, posibilidad de elegir; en el segundo, sin embargo, no podrá hacerlo. Si se encuentra usted una bufanda en el suelo paseando puede dejarla donde está o, alternativamente, colocarla en un lugar como un banco o un seto en posición bien visible. La segunda opción casi no le cuesta nada, es apenas un gesto. En la vida hay infinidad de situaciones como estas.

Pues bien, resulta que cuando se evalúa este tipo de comportamientos en diferentes países mediante experimentos que simulan las condiciones relatadas para la fiesta a la que dos personas llegan tarde, aparecen diferencias muy grandes entre unos países y otros, asombrosamente grandes diría yo. También hay diferencias entre individuos, claro.

En un estudio internacional de gran alcance, con más de ocho mil personas pertenecientes a treinta países industrializados de muy diversas culturas, han evaluado el grado de asociación entre la conciencia o benevolencia social y un buen número de características demográficas, políticas y económicas. En general, hay una cierta correspondencia entre la prosocialidad costosa, esa cuyo ejercicio conlleva un cierto esfuerzo, y esta forma de benevolencia social, tanto entre individuos como entre países, aunque la correlación no es muy alta. No obstante, el resultado más sobresaliente de esta investigación es la fuerte asociación que se observa en la comparación entre países entre esa conciencia social y un índice de desempeño ambiental, que refleja el grado de proximidad que tienen los países a los objetivos de política ambiental establecidos. El posible efecto del resto de factores se desvanece al considerar este.

Lo que sugiere la existencia de ese fuerte vínculo es que las tendencias prosociales no solo se manifiestan en una orientación generosa o benévola hacia otras personas, sino también en forma de una preocupación más amplia para con la calidad del entorno. Quienes han hecho esta investigación sostienen que esa benevolencia proviene de un capital social que también se proyecta en el interés por la protección del ambiente, quizás reflejando alguna forma de acción colectiva. La consecuencia sería que el grado de atención a los demás no solo se manifiesta en actos amables o generosos para con nuestros coetáneos, sino también en forma de interés activo por quienes nos sucederán.

Lo más sorprendente de esta investigación es que sus autores desconocen cuáles pueden ser los factores que subyacen a la relación observada, dado que otras variables socioeconómicas o culturales no parecen influir.