E acabo de inventar el palabro, lo admito, pero empiezo a entender a buena parte de la rebeldía antivacunas y demás fieles a la fe conspiranoica: es puro onanismo. En el fondo de los discursos que acusan de liberticidas a quienes, haciendo uso de la autoridad delegada democráticamente en sus manos, aplican medidas para combatir la pandemia covid, lo que late es el dogma de la autosatisfacción.

Esa fe propugna que la libertad consiste en poder hacer lo que te da gustito, eludir obligaciones y poner por encima de todo las convicciones propias sin el menor contraste con la realidad. El enemigo es la obligación, aunque esta sea la de ser responsable. En los últimos días, se manifiestan en Euskadi los acólitos de esa fe con la excusa de oponerse al pasaporte covid, de uso en toda Europa. La componen quienes sienten lesionados sus intereses económicos o quienes se aferran al miedo paralizante y necesitan que sus sentimientos de culpa los carguen otros.

Pero también quienes juegan a desgastar a los que gobiernan o los que no dudan en exhibir a sus hijos, a adoctrinarlos para que no huyan del redil de la fe antisocial, aunque luego exijan para ellos la solidaridad de todos para pagar un sistema sanitario que tenga una UCI dispuesta a recibirles cuando la precisen. No se puede pasar de sembrar cerillas en el bosque a protestar porque no hay suficientes bomberos.

Es delgada la línea que separa la legítima defensa de las convicciones del mero fanatismo. Cuando se extirpa de ella el compromiso social, el espíritu crítico basado en el conocimiento y no la superstición, se alimentan huestes de ombliguistas, cargados de derechos y vigilantes de las obligaciones ajenas. Son los que insultan al socorrista por prohibir el baño, al semáforo por estar en rojo o al médico por quitarle la sal. Y los que cumplimos somos bobos o borregos por no sumarnos a su yihadismo onanista. Pues ¡beeeeee!