UE ya sabemos que estamos en fechas de comidas de familia, amigos y empresa. Pero, si la ola covid en marcha -negarlo ya no tiene sentido- sigue la pauta de las anteriores, alcanzaremos el pico de incidencia en torno a la semana del 20 o la del 27 de diciembre.

¡Qué rabia y qué rollo si nos limitan los aforos! ¡Qué puñeta tener que vacunarse de nuevo! Sí a todo eso. Pero también a un par de cosas más. Al bicho se la trae al pairo la Navidad, nuestros planes en la nieve y la dificultad de organizar a la niñada en casa si tiene que confinarse. El bicho se agarra con uñas y dientes -si los tuviera- a la vida. Y su vida consiste en devorar y reproducirse. Así que ha aprendido a eludir el sistema inmunológico humano, que es como el dominio que ejercemos los humanos sobre los océanos: hemos aprendido a navegarlos. La variante más eficiente -que no la última, que esa estará por llegar- sabe reproducirse mejor, contagiarse más y debilitar más eficazmente las defensas naturales de nuestros organismos.

En el otro lado, estamos convencidos de que ya es bastante con no padecer efectos severos y algunos hasta creen que mejor pasar la enfermedad porque a ellos no les va a suceder nada, que son gente muy sana. Pero esto va de todos o ninguno; de poner freno a la transmisión, que es un modo de contener la mutación y el reforzamiento del bicho. Va de que este es capaz de adaptarse genéticamente mucho más rápido que sus anfitriones/alimentos: nosotros. Va de él o nosotros. El bicho no se frustra por no poder ir de discoteca ni reivindica su libertad de pintxopotear sin mascarilla. No busca culpables porque sobrevivir es su responsabilidad. Como no piensa, no duda; ni se cansa ni se acomoda ni tiene piedad. ¿De verdad vamos a dejar que decida el bicho sobre nuestra seguridad? ¿Dejamos que sea más evidentemente letal -otra vez- para tomar precauciones?