E le viene a uno el complejo de aguafiestas cuando no comparte esa euforia sobrevenida a las calles del Estado, a las 00.00 de ayer. Ya me sé la teoría del cansancio pandémico, pero es un sonido tan chirriante el que produce la frivolización del momento -con cohetes y todo- que, si además me ponen delante a un par de fieles de esa nueva secta de la libertad, que lo gritan como si realmente supieran lo que es en realidad, tengo una sincera dificultad para no sentirme defraudado de la especie humana en su carrera hacia la extremaunción. No, no me siento como el Grinch porque no vivimos en perpetua Navidad y va siendo hora de que nos enteremos. Tampoco va a haber milagros que nos eviten las consecuencias de nuestras decisiones. Sé que es difícil escapar de esa co-rriente de opinión dispensada como un producto más de moda, que lleva al postureo de dejar claro en Instagram o entre nuestro círculo de amistades que "yo estaba aquel día a las 00.01 en la calle, fíjate". Intento entender la necesidad imperiosa de los que salieron a mostrar su subidón y no puedo disociarlo de un cierto infantilismo. No pretendo ofender a nadie pero siento que seguimos confundiendo al enemigo y nuestro papel frente a él. El bicho no se alegra pero tampoco le importa a qué hora hagamos qué. Es impenitente pese a nuestro cansancio pandémico y no admite quejas.