UELVE la vacuna de AstraZeneca aunque por el camino se haya quedado parte de la tranquilidad de algunos ciudadanos. No le ha hecho ningún favor la suspensión preventiva durante el período que ha tardado la Agencia Europea del Medicamento en ratificar lo que ya se había acreditado: que los beneficios de la inmunización frente al covid-19 superan infinitamente a sus riesgos y que los casos de trombos no le son atribuibles, indicativos ni generalizables. El terror vive en un prospecto. Pongamos los medicamentos de uso más habitual y sus efectos secundarios más extremos. Usted y yo, que tenemos las digestiones pesadas, nos arriesgamos a un episodio de inmunodeficiencia por la cápsula de omeprazol. Y, si opta por combatir el dolor muscular con ibuprofeno, sepa que es usted candidato al broncoespasmo, la insuficiencia hepática y renal y la meningites aséptica. Las medicaciones contra las enfermedades crónicas más habituales -la colesterolemia y la hipertensión- pueden causar raros casos de reacción anafiláctica, hepatitis, fallo renal, anemia o pérdida de la memoria. El precio de la tranquilidad ante al riesgo más raro descrito de los medicamentos es renunciar a las ventajas y la mejora de la salud que aportan. Es decir, cambiarla por la confianza que a cada cual le dé afrontar la enfermedad a base de caldo de pollo y cataplasmas.