UNA vez pasado el toro de la huelga general, ha dejado alguna polución en la calzada pero nada que haga patinar el tráfico. Las reivindicaciones de sostenibilidad y dignidad del sistema público de pensiones merecen mejor suerte que su instrumentalización interesada. Así que hay que apelar al compromiso social y político con uno de los ejes centrales de nuestro estado de bienestar porque si queda en ciertas manos solo será un instrumento para otra cosa. La movilización de las bases de los convocantes ha sido un éxito; la huelga general, un fracaso. Ha sido una herramienta de autoconsumo. Con el derecho a la huelga garantizado, no han sido pocos los trabajadores que pueden ver deteriorado su derecho al empleo porque la producción de esa jornada no se traducirá en la facturación que nutre sus sueldos. Basta saber obstruir para que una mínima incidencia maximice el impacto sobre la producción en aquellos cuellos de botella donde una decisión individual bloquea a la organización. Tras esta huelga "ofensiva" llegará el resto de la campaña que prometen durante este año electoral. Pero la huelga general, como herramienta de lucha política, exige demostrar que no hay mecanismos para canalizar y resolver los conflictos. Los motivos declarados de esta movilización no están radicados en Euskadi. Los no confesados, sí y se llaman elecciones. Existen mecanismos alternativos al conflicto: el acuerdo político ha protegido el poder adquisitivo de las pensiones y, el social, la mejora del sueldo mínimo. No cabe este intento de doblar la mano por la fuerza a la estructura institucional representativa de la mayoría social. Agitación y propaganda no es democracia.