LA semana de huelga en el sector del metal de Bizkaia deja un regusto amargo. Una iniciativa como esta no suele dejar vencedores, pero quizá se podría haber evitado dejar tanto escombro que dificulte el camino en adelante. En primer lugar, hoy no parece que el convenio esté más cerca que hace siete días. Se han alimentado desconfianzas y reproches que habrá que dejar amortizados antes de reabrir una mesa de diálogo. Como toda amortización anticipada, eso tiene un coste y alguien lo tendrá que pagar. Además, más allá de la tradicional guerra de cifras sobre seguimiento, la legítima demanda de mejora de condiciones laborales se ha visto superada en su visibilidad por unas formas que han dejado que desear. Alguien se equivoca si pretende suscitar la comprensión social y la empatía obstruyendo el tránsito de ciudadanos o quemando contenedores. La fuerza que se demuestra con la movilización puede dejar en la opinión pública la huella de la unidad o la de las fogatas que iban prendiendo a cola de la manifestación en Bilbao, Basauri, Portugalete o Santurtzi. Ese lastre que arrastra la acción sindical deberían quitárselo cuanto antes. Porque es cierto que una abrumadora mayoría de trabajadores rechazan esas acciones y no merecen ser identificados por los excesos de unos pocos. Pero para que eso sea así, los líderes del movimiento sindical que les convocan deben asumir la responsabilidad de desacreditar los excesos. Y esta semana, lamentablemente, ha primado la patada a seguir. Balones fuera acusando a terceros de desviar la atención del fondo. Pero es que las formas son suyas y olían a humo.