ME ha costado el fin de semana digerir la entrevista a Pedro Sánchez del pasado jueves. Quizá porque el viernes ya tuvo lo suyo el vicio de la política con el pleno de política general del Parlamento Vasco. O quizá porque la primera impresión de la mañana del viernes la tuve que meditar para acabar llegando a la misma conclusión. Aquel mensaje del presidente en funciones sobre su dificultad para conciliar el sueño -aunque algún felón dirá que ya dedica a eso el tiempo de gobernar- no puede decirse que provocara una quiebra de confianza con Pablo Iglesias. Eso es algo que teníamos todos claro. Pero el escarnio público de Unidas Podemos que contenía la sentencia dinamita cualquier futuro compartido. Da qué pensar por qué Sánchez actúa hoy como si no hubiera un mañana ni viniéramos de un ayer. Es como si el líder socialista considerase que el electorado tiene la memoria de una ameba y, lejos de irritarse por su indolente gestión de los tiempos y los acuerdos, volverá a las urnas convencido de que de ellas puede salir un gobierno progresista. Entre ellos, los más fieles de sus militantes; aquellos que acudieron en abril a Ferraz a ovacionarle y a advertirle “¡con Rivera no!”. A lo mejor es que se ha convencido de que está en disposición de concitar una mayoría suficiente para prescindir de su izquierda y su derecha, pero aún así, tendría que apoyarse en la periferia, con la difícil digestión que eso tiene en la endocéntrica villa y corte. Lo peor es que todo puede ser más sencillo y decepcionante. Que sea suya la memoria de ameba y haya olvidado las implicaciones de hacer la corte a Ciudadanos.