HACE como quien dice cuatro días que estábamos todos analizando si había un cambio de paradigma político en el Estado, con el fin del bipartidismo y de la bipolarización del voto. En realidad, no era más que una trampa argumental porque, de hecho, el bipartidismo PSOE-PP nunca fue un fenómeno de bipolarización. Siempre contaron con un tránsito de votantes entre ambas fuerzas, aunque gustaran de sentirse a distancias abismales y, ademas, siempre hubo un voto significativo que se mantuvo a distancia de ambos, bien por su sensibilidad territorial o nacional divergente de la española, bien por su reclamación de posiciones más alejadas del centro que se suponían orientados a disputar los dos grandes partidos del Estado. En esta campaña electoral parece que asistimos al fenómeno contrario. El fraccionamiento de las derechas españolas es incluso superior al tradicional de las izquierdas. Pero corremos el riesgo de caer en otra trampa bipolar, de nuevo por dos fenómenos. El primero es el arrastre que está consiguiendo Vox del resto de las derechas hacia sus discursos. El segundo es el hecho de que el pelele de esa ultraderecha agitado ante los ojos de los ciudadanos nos oculte que la prioridad electoral debe ser establecer un muro de contención de propuestas equilibradas. A la ultraderecha no se le vence con barricadas en las calles. No se la saca del foco con contramanifestaciones que acaban como el rosario de la aurora. Ni los de dentro ni los de fuera del Palacio Euskalduna se sitúan en posiciones de convivencia democrática. No les hagamos el favor de costaerles ese disfraz victimizando a unos o comprendiendo a los otros.