A la hora de explicar lo que pasa en Estados Unidos, es difícil escoger en estos momentos qué merece más atención: si las negociaciones con Moscú y la Unión Europea para acabar la guerra de Ucrania, o el despliegue sin precedentes de tropas federales a la capital norteamericana para combatir una delincuencia que cuesta anualmente decenas o centenas de vidas, o las investigaciones que podrían llevar a la cárcel a ex directores del FBI o la CIA, o la persecución legal de que es objeto un antiguo funcionario de la primera administración Trump.
Es improbable que las recientes reuniones con el presidente ruso Putin y con ocho líderes europeos pongan fin a la guerra de Ucrania, como tampoco parece angustiosa la situación de los ex funcionarios que atormentaron a Trump durante su primer mandato pues es improbable que ninguno de ellos, ya sea el ex director de la CIA o del FBI acabe entre rejas o siquiera el banquillo de acusados.
Pero tan seguros no pueden estar, porque ya han visto mojar las barbas de uno de sus tocayos, que fuera otrora funcionario infiel de la administración Trump y ha visto como agentes federales han registrado su domicilio del que se han llevado material que podría incriminarlo, aunque no sabemos muy bien de qué.
Más real es el despliegue inusitado de tropas en Washington: la capital norteamericana, que es territorio federal y no forma parte de ninguno de los 50 estados del país, tiene un régimen jurídico especial, pues el gobierno federal puede tomar cartas en su administración en circunstancias especiales.
Trump considera que el nivel de delincuencia de esta ciudad de 700.000 habitantes, con uno de los mayores niveles de homicidios y robos por habitante, justifica la medida. Además, ha acabado con las tiendas de campaña en sus parques y las múltiples zonas verdes de esta ciudad jardín, donde se alojan personas sin hogar y con mucha droga.
Los robos son frecuentes en las partes menos protegidas de Washington y otro tanto ocurre con los asesinatos, con frecuencia provocados por ajustes de cuentas entre diferentes bandas proveedoras de droga. Las protestas han sido fuertes y visibles pues en la ciudad hay pocos partidarios de Trump, pero el descontento es relativo porque en la última semana no hubo ni un solo asesinato.
Quienes sufren especialmente por la presencia policial son grupos de ciudadanos cuyo único delito es residir ilegalmente en el país, algo que estaba protegido hasta ahora por una serie de ordenanzas locales en Washington y otras ciudades erigidas en “santuario” para estos inmigrantes.
La mayoría procede de países iberoamericanos y se concentra en algunas partes de la ciudad que están ahora prácticamente desiertas porque estas fuerzas especiales practicaron muchas detenciones.
La Casa Blanca, para celebrar el éxito de esta campaña, habla de la gran cantidad de delincuentes detenidos algo que podría considerarse exagerado porque su único delito es no tener permiso de residencia.
Lo que motiva semejante actividad política es que Trump lleva ya más de medio año en el poder y las personas que le rodean han podido afianzarse y aclimatarse en sus cargos. Tienen prisa por aplicar sus programas: queda poco más de un año hasta las próximas elecciones parciales en que el Partido Republicano podría perder la tenue mayoría de que disfruta en una o en ambas cámaras del Congreso. De ocurrir esto, por lo menos quedarían con las manos atadas para seguir poniendo en práctica sus programas. Peor aún, los demócratas recuperarían las riendas del poder político para bloquear cualquier iniciativa republicana y también podrían recuperar parte del control perdido sobre los tribunales, lo que les permitiría volver a la guerra legal que con tanto éxito han lanzado contra Trump desde el año 2016.
Las consecuencias no serían tan solo la parálisis de los programas republicanos, sino enormes costos legales para la serie de procesamientos que los demócratas lanzarían nuevamente contra sus rivales políticos. La mejor esperanza republicana está ahora en el desconcierto en que parecen sumidos los demócratas quienes, a pesar de sus fracasos electorales, no parecen capaces de producir candidatos coherentes. En vez de intentar atraer a sectores mayoritarios de la población, más preocupada por pagar su hipoteca, proteger la seguridad de sus familias, recibir buena atención médica y ahorrar para la jubilación, los demócratas siguen enfrascados en reformas sociales extremas y guerras culturales que ganan pocos votos y refuerzan a sus rivales políticos.