Comunicar lo debido
La ambición por entender es en ocasiones impaciente. Carecer de las respuestas necesarias de inmediato resulta tan frustrante que con frecuencia preferimos dar por buenos atajos y trampantojos. La atracción de una explicación fácil, redonda y definitiva resulta demasiado poderosa.
Ha pasado casi una semana desde el apagón del lunes y aún los expertos, los que de verdad saben algo sobre la materia, necesitan más información y tiempo para determinar las causas del problema. Sin embargo, cuando todavía no se había cumplido una hora del apagón, algunos ya compartían supuestas explicaciones sobre lo sucedido, en general obtenidas de fuentes anónimas o peregrinas. ¿Por qué esa necesidad de compartir teorías que, con alta probabilidad, en breve se demostrarían falsas o tontas? ¿Por qué nos cuesta esperar a que quienes tienen la información y la formación empiecen a explicarnos, hasta donde en cada momento resulte posible, lo sucedido? Quizá porque los bulos nos dan una reconfortante respuesta sencilla a los problemas, mientras que los expertos nos incomodan al obligarnos a afrontar una complejidad que está compuesta de una lista nunca cerrada de elementos que, para mayor horror, se matizan y se corrigen continuamente entre sí.
No por casualidad los más rápidos en reaccionar y en darnos una explicación fácil y terminada, como si ellos sí supieran, fueron Abascal y Alvise. Los dos tenían una gran narrativa, fácil de entender, que compartir con nosotros. Tenían un culpable individualizado, un malo de la película: el presidente del Gobierno. Tenían una descripción esquemática e infantil de la maligna conspiración: el presidente sabía lo que había sucedido, pero lo ocultaba. Tenían una luz justiciera que ofrecernos: denuncian el mal y nos protegen a nosotros, las inocentes víctimas, con la valiente verdad de los despiertos, de los que no se conforman, de los que no se dejan controlar.
Los comentaristas han indicado estos días los errores de comunicación del Gobierno: tenía que haber comparecido antes, tenía que haber dado más información, al mostrar que no todo se sabía generó mayor desconfianza y miedo… Me pregunto si la lectura no podría ser diferente. Un gobierno responsable no debe dar más información que la que le consta con cierto nivel de veracidad. De ser así, la enseñanza podría resultar otra: aceptar la vulnerabilidad, respetar el conocimiento experto y aprender a convivir con lo incierto y lo complejo mientras resolvemos la situación.
El Gobierno debe comunicar rápidamente, por supuesto, pero sobre las cosas que están en su mano: asegurar que está centrado en resolver el problema y explicar cómo se está restituyendo la normalidad, minimizando daños, gestionando las situaciones de peligro que se dieran durante la emergencia, garantizando los servicios más esenciales, etc. Ya llegará el momento de identificar a los responsables (si tal categoría fuera tan categórica) y de aclarar sus responsabilidades.
Hace más de cinco años, frente a otra crisis que afectaba a otro gobierno, escribí en esta columna unas frases que me gustaría rescatar, porque no es bueno defender enfoques distintos según el presidente nos caiga mejor o peor: “(hay que) satisfacer, hasta el máximo técnicamente posible, la justa necesidad de información”. Fíjense que es hasta lo técnicamente posible, pero no más allá. “Después –seguía la columna– vendrá el momento de aclarar, con toda la severidad necesaria, las responsabilidades administrativas, civiles, penales y políticas que correspondieran”. Y terminaba: “A veces parece que más importante que afrontar la complejidad de las cosas y reaccionar con responsabilidad, es emplear lo que uno tenga a mano para hacer girar la rueda de las disputas partidistas y golpear al adversario. Llámame raro, pero yo prefiero a los políticos que respetan el trabajo de los técnicos y que esperan a saber de los asuntos antes de hablar”. Si esas palabras servían para aquello, deberían servir ahora para esto.