Andaba la semana agitada por más que el viento PataTrump incendiaba los telediarios con una colección de astracanadas a la altura de su fama. Combustible para el juguetito de su socio sudafricano, el señor de las Musk-arillas, que tiene declarado a perpetuidad el estado de un incendio tan devastador como el de Los Ángeles en su red social. Maduro no necesitaba en Venezuela asaltar el Capitolio. Cree que el suspenso que cosechó en las urnas le obliga a repetir curso. El año nuevo no cambió el signo de las noticias sobre el calentamiento global. Netanyahu tampoco su particular “solución final” para la cuestión palestina. Putín seguía en sus quince porque las trece le parecen muy poca cosa. En el lodazal que tenemos debajo, hozaba a sus anchas en el marco de una instrucción judicial extravagante, esa especie de Jesusín encrespado que llaman M.A.R., casi siempre mala, por poco salada y menos serena, animando esta licencia mía, tan “sutil” que sabe a fruta. En el panorama local dos bildutarras ajustadas al milímetro a la estética semipija que marca su nuevo libro de estilo denunciaban con una foto la fotogenia de los otros. Tal y como viene el río, estaba preparado para soportar la corriente, pero el caso del duro de la piscina, juega en otra liga. Y es que esta semana un tropezón con otro bañista que recogía su ropa en el vestuario propició que se le cayese una moneda. El tintineo no alertó al propietario, por lo que la recogí y volví sobre mis pasos para devolvérsela. No encontré a nadie a quien entregar lo que resultó ser un duro, cinco pesetas. Con su cara de Franco y todo. Como no parece probable que sea un acto más del año este del “caudillo”, llamé a La nave del misterio mientras mi esqueleto se regalaba un escalofrío.
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