En toda tragedia, y también después de ella, surge lo mejor y lo peor del ser humano. Héroes que salvan vidas, miserables que se aprovechan del drama, voluntarios dispuestos a echar una mano, negacionistas de todo, profesionales del bulo... Más de 200 muertos, “decenas” –un eufemismo que de momento elude más escalofríos– de desaparecidos y una destrucción histórica merecen la solidaridad. Ahí nos vemos reflejados en esas cuadrillas de gente pala en mano quitando barro de las calles, como aquí en el 83. Voluntarios que –siempre sin estorbar, que de todo hay– sacan lo salvable del fango. De los fangos.