Ursula, nuestra Ursula, la flamante presidenta de la comisión europea ha hecho, con los mimbres que le han proporcionado los estados miembro, una propuesta de colegio de comisarios que, al menos teóricamente, debe guardar más equilibrios que un funambulista circense. Al parecer, según la opinión publicada, no ha sido muy equilibrada ni en lo que igualdad de sexos se refiere ni tampoco en cuanto a los equilibrios entre las diferentes familias políticas que conforman el Parlamento Europeo que, al fin y al cabo, es el que le tiene que dar luz verde.
A primera vista, me llama la atención que, además del comisario de Agricultura y Alimentación, el segundo término es toda una novedad de la que desconocemos su alcance, en la persona del luxemburgués Christophe Hansen, exista también un comisario de Salud y Bienestar Animal. Aquí también procede destacar la notoriedad que se la da al segundo término, en manos del húngaro Oliver Várhelyi, y que el sector pesquero también tenga voz propia, con el chipriota Costas Kadis, por cierto, si me permiten una broma, un nombre perfecto para la persona responsable de asuntos pesqueros y oceánicos.
A segunda vista, conviene fijarse de qué vicepresidente ejecutivo dependen los tres comisarios antes mencionados y así, mientras el comisario de Agricultura y Alimentación y el de Pesca y Océanos dependen del vicepresidente, Raffaele Fitto, hasta ahora ministro del gobierno ultra de Meloni, mientras el comisario de Salud y Bienestar Animal, que dependerá de dos vicepresidentas, socialdemócratas, la rumana Roxana Minzatu, vicepresidenta de Personas, Habilidades y Preparación, y la española, Teresa Ribera, vicepresidenta de Transición Limpia, Justa y Competitiva. Es como para alegrarse que el comisario de Agricultura no dependa de Teresa Ribera, así como de preocupante, que el de Bienestar Animal, sí lo sea.
A tercera vista, acercando el foco al escenario más próximo, conviene destacar el puestazo de la ínclita Teresa Ribera, hasta ahora ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, vieja conocida de los ganaderos de extensivo dada su radical defensa del lobo pero que ha pasado totalmente desapercibida para los miles de municipios, territorios y gentes rurales que conforman la España vaciada, ninguneada y olvidada. Le regalaría, encantado de la vida, la maleta para Bruselas, aunque, recordando la ley de Murphy que dice que todo es susceptible de empeorar, quizás tenga que escribir que la echo de menos.
Vivimos en un estado conformado por, desde y para el gran Madrid, donde además de la gran metrópoli que supone en sí la comunidad madrileña, al parecer, nada importa, hasta que se llega al círculo concéntrico exterior que conforman los territorios costeros, mientras el extenso círculo medio, conformado por los territorios interiores que ni son Madrid ni son costa, con perdón de los afectados, no pintan una higa, ni para el Gobierno central ni para los partidos, según ellos, con vocación de gobierno.
Mientras el gran Madrid es la sede social de todos los organismos y entidades gubernamentales y oficiales, además de todas las sedes centrales de las grandes empresas que lideran la economía estatal, los territorios del interior, los que son llamados “las provincias”, se tienen que conformar con las migajas y con ser el escenario donde su ubican aquellas infraestructuras, equipamientos e instalaciones energéticas que los de la capital y los de la costa no quieren para sí y, por ello, los quieren cuanto más lejos, mejor.
Si me pusiese exquisito, diría que la culpable de todo es Isabel Díaz Ayuso, pero creo que, más allá de su incontinencia verbal y sus planteamientos -para mi gusto, claro-ultraliberales, creo que la culpa de la situación territorial y demográfica tiene muchos culpables y no sólo entre los actuales, sino entre los responsables oficiales y empresariales y económicos de muchas décadas, o siglos.
Además, si fijásemos la mirada en nuestro entorno más próximo, en la Comunidad Autónoma o en Nafarroa sin ir más lejos, caeríamos en la cuenta de que en nuestra comarca, territorio histórico o provincia, tenemos magníficos ejemplos de concentración demográfica y socio-económica en las capitales y en las zonas costeras, en el caso de que la tengan claro, mientras las zonas y comarcas del interior sufren lo que no está escrito, aunque sólo sea para sobrevivir o mantenerse a flote.
Las capitales y su área de influencia concentran todos los organismos oficiales, centros educativos superiores, los parques tecnológicos, las sedes oficiales de las grandes empresas (especialmente de las tecnológicas y sectores más innovadores), los equipamientos culturales y ocio, por no hablar de las grandes promociones de viviendas, con lo que, como se dice coloquialmente, sin quererlo, absorben y acaparan para sí todas las respuestas que los jóvenes requieren para dar solución a sus planteamientos vitales.
Por ello, y con esto acabo, conviene señalar que el incierto futuro de las zonas rurales no depende ni de lo que haga Ayuso ni de lo que no haya hecho Ribera, sino de lo que hagan o no hagan nuestros representantes políticos más cercanos.