Hay gente que se queja de que el TAV siga sin llegar aquí. Yo sufro poco por ello. Sí, soy de los que piensan que los beneficios que -no lo pongo en duda- pueda traer el Tren de Alta Velocidad no compensan el altísimo monto económico que supone su construcción y, sobre todo, el fuertísimo impacto ecológico que conlleva en nuestro suelo. Para saber de lo que hablo basta con una vuelta de pocos kilómetros por la muga entre el Alto Deba guipuzcoano y el Duranguesado vizcaino. Un breve recorrido es suficiente para comprobar in situ el inmenso e irreparable hachazo que las obras todavía inacabadas del proyecto están propinando al territorio. Lo siento, pero me resulta difícil de entender cómo gente que presume de amor a su tierra haya abogado de esta manera por dejarla mermada e irreconocible en pro de una idea de progreso cada vez más en entredicho. Mientras en Europa los altos costos y el impacto medioambiental han prácticamente paralizado los nuevos proyectos de la alta velocidad, aquí seguimos apuntados a la españolísima barra libre ferroviaria. En vez de mejorar las líneas existentes, seguimos abogando por carísimos y agresivos trazados de nuevo cuño. Y no, no entiendo que se gasten miles de millones para llegar a Madrid 10 minutos antes; ni tan siquiera para ponernos en Donostia en media hora, si es que el precio es reventar por dentro una zona de altísimo valor ecológico como es Aralar. A estas alturas seguro que resulta ya ingenuo pedir una reconsideración de todo el proyecto, de la Y vasca y de la conexión con Nafarroa. Tendremos tren, claro que lo tendremos, y será caro, deficitario, no llevará mercancías y nos dejará tirados en Hendaia. Pero por lo menos que la solución de conexión sea la menos cara y la menos destructiva desde el punto de vista ambiental. Por lo menos eso.
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