Mujeres y niñas afganas abandonadas a su suerte. Mujeres y niñas ucranianas encarceladas. Mujeres y niñas israelíes y palestinas violadas y masacradas en una guerra donde ellas son víctimas sin ser causantes. Mujeres y niñas a lo largo y ancho del mundo, da igual el origen, sometidas, ultrajadas, humilladas por políticas desarrolladas por hombres. El 7 de octubre de 2023 cambió el curso de la Historia actual. Todavía no sabemos hacia qué dirección, seguramente hacia la menos correcta de todas. Asistimos móvil en mano al minuto y resultado de los efectos de la invasión de Hamás en Israel y a la dura represalia que Israel –al borde de ser un crimen contra la humanidad– está teniendo en la Franja de Gaza. Y, como en todos los lugares del mundo, las mujeres y las niñas son objetivo militar para agravar el sufrimiento. La vida de Shani Louk nunca será igual. Eso si sigue viva. Porque desde que Hamás la secuestrara para tiempo después mostrarla al mundo a través de las redes sociales torturada, vejada y exhibida como un trofeo de caza poco se ha sabido de su paradero y destino final. La veo en mi teléfono guapa, sonriente, llena de vida y alegría. En la pantalla siguiente está atada, semidesnuda, humillada. El horror de la guerra, aquel que nunca hemos sido capaces de imaginar, nos llega ahora de manera cruda, sin matices. Y me doy cuenta de que todas nosotras somos Shani Louk. Pero nuestra zona de confort nos hace creer que estamos libres de la barbaridad cuando está más cerca de lo que pensamos. La lacra de la violencia machista es la misma que convierte a mujeres y niñas en objetivos de guerra. Lo sabe bien la activista senegalesa Seynabou Male Cissé, Premio Ignacio Ellacuría 2023, por su trabajo en favor de las mujeres en este país. Misma realidad en otro punto del planeta. Que los árboles no nos impidan ver el bosque por el que cada día paseamos.