LA tragedia que asola Marruecos exige una reacción internacional inmediata y generosa de gobiernos, de instituciones y de los pueblos. Nada hay más urgente que salvar vidas y atender las necesidades básicas de los damnificados. El fuerte sismo de 6,8 en la escala de Richter ha afectado a extensas zonas el sur del país, dejando hasta el momento un saldo de al menos 2.300 personas muertas y más de 2.000 heridas. Además, se contabilizan miles de viviendas e infraestructuras destruidas y millares de aldeas tragadas por los escombros, lo que debe mover a la reflexión sobre el hecho de que, como casi siempre, son las poblaciones empobrecidas las víctimas de los desastres naturales

Tradicionalmente, en los países del sur los desastres han sido y son considerados como hechos puntuales, inevitables e inesperados, generados por la acción extrema de la fuerza de la naturaleza y en consecuencia su estudio se ha centrado en los impactos causados, no en la prevención, así como en un enfoque fisicalista, es decir de observación y estudio de los fenómenos naturales considerados como causantes: seísmos, crecidas de ríos, huracanes, maremotos, tifones, erupciones volcánicas... Esta visión todavía está vigente, de forma interesada. En coherencia con esta visión simple del problema, los esfuerzos institucionales en la atención a las catástrofes se centran habitualmente en acciones de emergencia posteriores como respuesta a los daños, para volver a reconstruir en el mejor de los casos, así como en el monitoreo y la vigilancia de los fenómenos naturales. Este enfoque es completamente insuficiente. No se pregunta el porqué del desastre ocurrido, a partir de un análisis que compare los daños causados por un mismo fenómeno en un país avanzado y con fuertes recursos o en un país de escaso desarrollo, por ejemplo. Una observación crítica nos da rápidamente la idea de que, según el contexto nacional o regional, según los factores sociales, un mismo desastre natural afecta de muy distinta manera. La vulnerabilidad ambiental está íntimamente conectada a la vulnerabilidad social.

La vulnerabilidad social se refiere a la condición en virtud de la cual una población está expuesta a sufrir daños por la ocurrencia de un fenómeno natural o con intervención humana. Pero la vulnerabilidad hace referencia, también, a la capacidad de una población para recuperarse de un desastre. La vulnerabilidad no es, por supuesto, algo estático, sino dinámico y cambiante en función de la atención que se preste a la superación de la pobreza, del desorden territorial, del ataque al medio ambiente, de la acción de las constructoras, de los deforestadores profesionales y espontáneos, etcétera. Por otra parte, las amenazas de catástrofe son distintas: no son de la misma naturaleza las inundaciones que los movimientos sísmicos, una erupción volcánica que una epidemia, una sequía que un incendio... Hay amenazas naturales como tornados, granizadas y seísmos y amenazas tecnológicas como la contaminación, escapes de sustancias tóxicas, explosiones, etcétera.

Lo ocurrido en Marruecos por el fuerte seísmo con epicentro en la región de Marrakech tiene una dimensión socio-natural, por más que la causa sea la colisión entre placas tectónicas que están en tensión permanente y son responsables de todos los seísmos que tienen su epicentro frente a las costas del Océano Atlántico. Precisamente, porque se trata de una zona de riesgo el gobierno marroquí debería tener una política de Estado de prevención en materia de ordenación territorial, arquitectura y asentamientos de poblaciones con edificios de materiales antisísmicos. En el caso de Marruecos se trata de un seísmo inverso, como los que generan las montañas. La poca profundidad del sismo, a 18 kilómetros de la superficie, y el tipo de construcción han provocado que sea catastrófico. Una falla en el norte del Atlas ha disparado un terremoto no esperado.

El número de víctimas está vinculado a un modelo de desarrollo, pero también a la ineficacia del gobierno marroquí para ir sustituyendo viviendas de adobe y paja por otras construidas con materiales antisísmicos. No es que las catástrofes conspiren contra el desarrollo, sucede que son parte del problema de un determinado modelo de desarrollo que reproduce la pobreza estructural, la depredación ambiental y una inadecuada concentración poblacional derivada de la marcha del campo a las ciudades.

En los países que de forma más recurrente sufren sismos se pueden señalar algunos factores o causas que hacen que veamos con claridad como en la base de la vulnerabilidad por causas naturales se encuentra la vulnerabilidad social:

Bajos niveles de desarrollo humano con elevados índices de pobreza, desnutrición y analfabetismo. Esto implica bajo nivel de capital humano y de organización comunitaria. Supone, asimismo, un parque de viviendas vulnerables hechas con materiales endebles.

Inexistencia del Estado en las zonas deprimidas. Concentración de sus recursos, en perjuicio de una negativa a una descentralización con recursos económicos y técnicos que dé a los municipios capacidad de prevención ante desastres.

Falta de ordenamiento territorial y de planificación urbana, y mal manejo de las cuencas hidrográficas. No hay normativas que impidan construir en zonas de riesgo, o si las hay son violadas sistemáticamente por las constructoras y/o la acción espontánea de migraciones procedentes de áreas rurales. Los asentamientos humanos carecen de infraestructuras, conductores subterráneos de aguas, falta de electrificación, ausencia de muros de seguridad, etc.

En resumen, elevada deforestación y manejo no sostenible del territorio. Que la tragedia se vuelva oportunidad.

Para ello se debe planificar una reconstrucción sostenible, resistente a los sismos y consecuencias de otros fenómenos naturales. Plan que debe llevar a que el gobierno marroquí y la monarquía que lo controla todo se impliquen en un compromiso verdadero de reconstrucción.

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo