Posiblemente la cosa empezó a joderse cuando dejamos de llevar la bolsa a la panadería, esa de tela, ya me entienden los de cierta edad. Fue en la misma época en la que de alguna forma consideramos avanzadísimo dejar de ir devolviendo las botellas de vidrio porque habían salido unas no retornables. La modernidad en los 70 era eso: comenzar a tirar los envases que desde entonces comenzaron a proliferar. ¿Era cómodo para nosotros? Posiblemente, aunque si te pones a pensar realmente el cambio lo hicieron por el lucro que generaba y el ahorro de recoger y limpiar, a costa del productor del producto y de su envase. Y es que nadie explicó que esos envases, los plásticos que llenaron desde entonces el mundo, iban a suponer un enorme problema ambiental. Tanto que las mismas empresas que se forran produciéndolos se enriquecen reciclándolos: ahora les pagamos doble. Y todo por no llevar los cascos de vuelta al súper.

En mis soliloquios semanales traigo señales que nos alertan de que estamos acelerando el fin, así que me perdonarán si les comento hoy algo del envase más estúpido que la imaginación humana ha pergeñado. Además es relativamente moderno y nos ha invadido de forma imparable. Me refiero a las bolsas para pan que son de papel pero con una parte transparente. Al principio además eran de polipropileno no biodegradable con lo que no había forma de reciclarla sin más. Y todo solamente para que la gente viera lo bonita que era la barra, aunque fuera igual que todas las demás. Ahora leo que son en su mayor parte biodegradables, pero no se pueden tirar al contenedor del papel porque no son papel del todo. Una vez más, algo que simplemente es un truco para vender se convierte en un fracaso social: más residuos, más complicada esa relación con los excedentes de una sociedad decadente y despilfarradora.