ME refiero al más allá que acercamos gracias a la ciencia y la técnica, porque es donde vamos llegando de su mano, y en este año que acaba algunos avances destacados nos lo muestran muy claramente. “Más allá de mis ojos está el espacio sin límites”, escribía el poeta Walt Whitman, y esos límites son los que ha ido traspasando en 2022 el JWST, un telescopio espacial que se lanzó al cielo hace un año y un día y que desde millón y medio de kilómetros de nuestro planeta ha observado los objetos más lejanos, que son galaxias y estrellas de la primera época de formación de estos objetos que ahora conforman una red esponjosa en el universo. Tambien este ojo infrarrojo ha ido más allá de donde los otros telescopios podían adentrarse, estudiando las atmósferas de planetas que orbitan otros soles que no son el nuestro, “siempre más allá y más allá...”, que dejó escrito Whitman, o analizando cómo es el interior de nubes que están condensándose para hacer nacer nuevas estrellas. Este telescopio es el instrumento de las maravillas de este año, aunque no el único: del análisis de nuestro interior, de nuestros genes, otra forma de ir más allá, en este año hemos obtenido información sobre cómo un virus puede estar detrás de la esclerosis múltiple, o cómo cuando la peste se cargó a casi la mitad de la población europea sobrevivimos en parte gracias a una mutación en un gen que sin embargo nos hace más susceptibles a otras enfermedades. Leer lo lejano o lo más pequeño son formas de acercarse al más allá. Este año ha sido prolijo en estas historias, ojalá el que viene podamos contarlas porque en el más acá nos va quedando claro que a pesar de que el conocimiento mejore nuestra iniquidad tampoco le va a la zaga en una especie de carrera sucidia delante de un precipicio. Que 2023 no sea el último año que nos toque vivir.