–TIENE que introducirse en la página web.

–Vuelva a la página anterior. Los datos son incorrectos.

–Diga su nombre y apellidos.

–No le he entendido bien.

–Pulse los números de su DNI.

–El número no es correcto.

–Marque el PIN.

¿Qué página? ¡Qué Pin! Usted repite despacio, despacísimo, su nombre y apellidos. Vuelve a marcar su DNI. Piensa: ¿me habré equivocado en algún número? Va a su cartera y no, no se ha equivocado.

Sigue las instrucciones.

–Su DNI no existe.

Repite.

La máquina le dice que no le ha escuchado bien.

Repite.

–Marque su PIN.

Hable con una máquina y sonría

Desesperado se pregunta qué Pin quiere: el del móvil, el de la tablet o el del ordenador. Pone todos los que tiene y los que tuvo, por si acaso.

Ha pasado media hora. Repite. Repite la operación con los mismos resultados. Insulta a la máquina.

La máquina es una máquina.

Pide a gritos una voz humana.

Misteriosamente, después de una hora, como un ángel llegado de las nubes, un señor, que es señor y dice ser asesor, le pregunta: “¿Qué desea?”. Se emociona al escuchar una voz que le entiende. Seguro que le soluciona su problema. Pero…

“Para hacer esa operación debe meterse en la página web de…”.

Le cuelga amablemente y a volver a empezar.

Pasa otra hora oyendo la voz amorfa de una especie de señorita-robot. Mira el reloj con insistencia. Desesperado, cierra el ordenador. Llega tarde a la reunión y no ha conseguido que le den la cita necesaria. Siente ganas de estampar el teléfono contra la pared. Mala decisión. Su pronto de genio le obligará a comprar otro móvil.

Así de delicioso camina el mundo.

Esta situación es cotidiana. Usted puede mandar a freír espárragos a la máquina, pero todo seguirá igual. Insiste en sus insultos y la cinta se rebobinará para decirle: Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

Ya no es cuestión de edad. Hemos entrado en una dinámica donde el hombre –la persona viviente– no existe. No se puede comunicar con nadie con corazón que le ayude a conseguir un cita, mandar un paquete por mensajería, reclamar una carta a Correos… Está usted totalmente solo en un mundo de máquinas que no piensa y le da igual que usted se enfade, que cuelgue el teléfono o que le insulte con palabras malsonantes. No siente, porque no existe. El mundo virtual nos ha comido la intimidad y la personalidad. Usted, que está ahora apretando los dientes de rabia, tenga mucho cuidado porque es posible que graben el rechinar de sus dientes, un secreto que no quiere decir a nadie o una conversación intrascendente familiar. Nos escucha el mundo sin oídos de los robots. He preguntado a Alexa qué piensa de mí y, sin conocerme de nada, me contesta con precisión. “Usted es una persona amable. Tiene una casa muy bien decorada y me siento como de la familia”. Señor, ¿cuándo ha entrado ese aparato en mi vida y ha visto mi casa? Nos espían misteriosamente y leen en el interior del subconsciente. Si usted pide un perfume por internet, a los dos minutos su correo estará lleno de distintos aromas para que pueda elegir otro. Lo mismo le ocurrirá en la ropa, los zapatos y las botellas de vino. Solo en un segundo, tendrá la cosecha de La Rioja, de la Ribera del Duero y el mejor Albariño de Galicia para su nueva compra.

Ansío la voz humana cuando llamo a una institución social, sanitaria o cultural. Tómese un trankimacin y siéntese dispuesto a perder toda la mañana para conseguir que una máquina le lleve –si tiene la suerte de que le lleve– al lugar oportuno donde usted podrá pedir lo que quiera, por supuesto, a otra máquina.

El ahorro de personal en todas las empresas, ayuntamientos, hospitales y un largo etcétera es tan grande que dentro de poco los funcionarios, en su tiempo de trabajo, podrán aprender música, ir al gimnasio o fumarse un paquete de cigarros. La máquina hará su trabajo. Cáyese y sonría, son las desesperantes deficiencias de una máquina y usted no podrá reclamar a nadie, porque le enviarán a otra página web.

No se desespere –desespérese todo lo que quiera pegándose a sí mismo–, de ahora en adelante la situación irá a peor y, salvo pedir una docena de pasteles a la confitería, difícilmente podrá hacer alguna gestión más desde su teléfono. Hemos entrado en la nueva era tecnológica donde sobramos los humanos. ¿Sabe usted que ya hay robots que piensan? Pues ándese con cuidado, porque le pueden decir que usted está feísimo y necesita urgentemente un corte de pelo. Dios es grande, pero el hombre está de camino. l

* Periodista y escritora