Érase una vez en La Moncloa cuando su inquilino en funciones, Pedro, no podía conciliar el sueño, pero, ante la llegada masiva de la ultraderecha, decidió socializar su insomnio con la sociedad española. Para ello, disipó sus pesadillas podemitas haciendo buena la frase de Winston Churchill: “La política crea extraños compañeros de cama”. Dicho y hecho. Sin terminar el escrutinio de los votos por correo, llamó al promotor de su universo onírico, Pablo, para que compartiera colchón y sábanas ministeriales, poniendo en valor la máxima con la que Groucho Marx enmendaba al político británico: “No es la política la que hace extraños compañeros de cama sino el matrimonio”.

Es aquí donde Pedro Sánchez y Pablo Iglesias muestran y demuestran su capacidad para ir juntos al tálamo ministerial, pero, eso sí, sin decidir el espacio, derecha o izquierda, que van a ocupar cada uno, no sin antes despojarse y dejar, junto a las zapatillas y la bacinilla, sus vestiduras ideológicas y electoralista. Después de todo, el poder coadyuva matrimonios de conveniencia y divorcios en cascada, según convenga a los factores coyunturales, máximo cuando los defensores de ideas thatcherianas o reaganianas dicen desconfiar de su propio gobierno, fascinando a una muchedumbre, cada vez mayor, de indignados por la proclamada igualdad, justicia y reparto de la riqueza.

La realidad, no obstante, va más allá de una noche de pasión de dos extraños en la cama. Al amanecer se materializará el país que ahora, como dos amantes desconocidos entre sí, tienen la responsabilidad de gobernar. Pero también son dos personas con dos personalidades distintas cada uno. El populismo ha unido a Pedro y Pablo, al igual que la economía puede separar a Sánchez e Iglesias. El primero confía en Nadia Calviño, máximo exponente de la ortodoxia económica y la prudencia fiscal que exige Bruselas. Todo lo contrario del segundo, cuyo programa busca una auténtica revolución del sector público para convertirlo en el canalizador de la inversión y la redistribución.

ABISMO SEPARADOR. Es notorio el abismo que separa los criterios de los futuros vicepresidentes del Gobierno de Sánchez llamados a gestionar áreas tan importantes como la económica (Calviño) y la social (Iglesias). La primera no parece dispuesta a derogar la reforma laboral, algo que es prioritario para el segundo, quien señalaba en plena campaña electoral que “el modelo de Calviño como vicepresidenta solo es viable con una coalición blanda con el PP. En un acuerdo con nosotros creo que tendría protagonismo otra gente que se sitúa más a la izquierda”. Pues ya ven, ahora se sentarán en la misma mesa, no se sabe si para compartir ideas o desacuerdos.

Existen profundas diferencias ideológicas entre Sánchez e Iglesias, que los populistas Pedro y Pablo han obviado en su acuerdo de diez puntos. Ahora bien, ¿Cómo acercarán posturas desde criterios tan dispares? ¿Cómo solucionarán los problemas, estructurales y coyunturales, que hacen de la española una economía frágil y vulnerable? Tendrán que negociar y llegar a acuerdos entre ellos, pero también con otras fuerzas políticas si quieren aprobar los presupuestos para 2020. Pongamos unos breves ejemplos.

FISCALIDAD. El binomio Sánchez-Calviño ha demostrado, en el año y medio que están en el Gobierno, una línea económica y fiscal acorde con las recomendaciones de Bruselas. Es decir, austeridad en el gasto público y prudencia fiscal. Iglesias, por su parte, ha mantenido el desplante de los que están detrás de la pancarta reivindicativa y defiende un aumento del gasto público financiado con una subida de impuestos muy superior a la pactada hace unos meses para los Presupuestos 2019.

EMPRESAS PÚBLICAS. Esta es otra de las reivindicaciones de Iglesias: crear grandes empresas públicas en dos sectores tan sensibles y estratégicos como son la banca y la energía, que se encargarían de gestionar y financiar inversiones de acuerdo a criterios políticos en materias como la transición ecológica o la vivienda pública. Sobre el papel suena bien, pero los criterios socialistas y de la oposición son bien distintos.

El panorama no puede ser más complicado y, mucho me temo, la incontinencia de Pedro y Pablo sólo contribuirá a crear más confusión hasta el punto de no saber si los ‘extraños en la cama’ son los de Churchill, los de Groucho Marx o los de la novela de Megan Hart cuando dice “Las personas que me visitan a diario en la funeraria me recuerdan que toda relación de pareja está condenada a acabarse, y la mejor manera de protegerme contra ese dolor es pagar para saciar mis apetitos sexuales sin que mis sentimientos corran peligro. (?) Por desgracia, con Sam cometí un error que puede costarme muy caro. Lo confundí con el gigoló al que había pagado para que me sedujera en un bar y me llevara a la cama. (?) Lo único que espero es que Sam no descubra esa parte inconfesable de mi vida”.