nuestras palabras son como castillos de plumas que el viento se las lleva y a las que no hay que hacer mucho caso”. Así se pronunciaba un vendedor ambulante que participaba en un concurso de charlatanes (Orihuela, enero de 1982). No trataban de demostrar quién vendía los mejores productos, sino quién era el que mejor los sabía vender. Lo importante era la habilidad y énfasis verbal para colocar cazuelas, relojes o calcetines, mientras regateaban consigo mismo (ni cinco, ni cuatro, ni tres?). La profesión u oficio de charlatán estaba a punto de desaparecer, pero no ha sido así. Siguen en las calles, en los platós de televisión y en los escaños parlamentarios. Ya no regalan peines o medias, sino promesas utópicas y proyectos irrealizables.

Son la nueva estirpe de aquellos charlatanes que podían vender, en la España en blanco y negro, paraguas en el Sáhara, pero reconocían que “todos en esta vida somos unos charlatanes. Todos vendemos algún producto”. También venden un elixir los actuales charlatanes. A cambio de unos votos nos ofrecen la pócima del ‘eterno conformismo’. Al tiempo, niegan que su mercancía sean ‘castillos de plumas que el viento se las lleva’. Así quedó demostrado el pasado viernes en el debate electoral de TVE, donde algunos de las y los portavoces de sus respectivos partidos en el Congreso de los Diputados no pasaron la ‘prueba del algodón’.

No vamos a meternos en aspectos políticos, territoriales, judiciales o constitucionales. Sólo con el tema económico se evidenció la falacia e ineptitud de algunos, no todos, de estos charlatanes que siguen empeñados en conseguir, al precio que sea, un puñado de votos. Para ello, jugaron con los miedos a la recesión, como la representante socialista asegurando que “nuestra economía es fuerte porque crece por encima de la europea y crea empleo”, o manipularon los sueños de la ciudadanía pidiendo una bajada de impuestos, como es el caso de los enviados de la derecha (PP, C`s y Vox). Llegado su turno, la portavoz de Podemos pedía aumentar el gasto porque se “puede dinamizar la economía desde el sector público”.

DATOS PREOCUPANTES El escenario dista mucho de ser electoralista: el mercado laboral español presenta la mayor tasa de paro después de Grecia y la mayor precariedad tras Polonia. La economía española tiene un grave déficit público estructural y la deuda está en el 100% del PIB (céntimo arriba o abajo). Estos mimbres propios y las amenazas externas, sustancian una pregunta: ¿Se puede afrontar la desaceleración económica hablando de ‘fortaleza’, pidiendo ‘bajar impuestos’ o exigiendo ‘más gasto público?

La respuesta viene de las instituciones e internacionales que se han puesto el uniforme de aquel mayordomo que en los años 80 pretendía sacarnos del error con la ‘prueba del algodón’ y nos dice que la economía española no tiene margen de maniobra para bajar impuestos o incrementar el gasto público. ¿No es suficiente síntoma de debilidad?

Junto a estos ‘castillos de plumas’, las opiniones de Rafael Rufián (ERC) y Aitor Esteban (PNV) fueron más prudentes frente a los problemas de las pensiones y el empleo digno. Ambos pusieron énfasis en una fiscalidad justa, progresiva y equitativa, con el añadido, por parte del segundo de que “los retos complicados son tarea de todos (?) como las pensiones”, agregando recetas como “la competitividad nunca la vamos a conseguir con bajos salarios”; “se trata de invertir en I+D+i (?) orientable rápidamente a la industria”.

No me voy a extender más en el debate, porque la semana nos ha dejado otras declaraciones que inciden en ese panorama económico poco halagüeño. En esta ocasión se trata de Pedro Azpiazu, quien no dudó en reconocer que la desaceleración económica ya ha llegado: “Las cosas se complican por momentos”. Quizás por ello, le dan “escalofríos” algunas iniciativas como la propuesta por el PP vasco para bajar los impuestos: “El Gobierno vasco no tiene varitas mágicas, necesita el dinero para hacer cosas”. En base a esta situación, el consejero de Hacienda y Economía del Gobierno Vasco agregó: “espero que la estabilidad del País sea una prioridad para todos los agentes políticos, económicos y sociales”.

Sin embargo, los charlatanes siguen ahí, entre complacidos en una supuesta elevada inteligencia y embelesados por vendernos la idea de que más tiene que ser mejor e incansables a la hora de jugar con los miedos y manipular los sueños.