UN viaje para una reunión de altos vuelos y otro, pongamos por caso, para tumbarse bajo el sol de verano, bien en vuelo directo o bien vía enlace. Sea cual sea la razón, las huelgas en torno a los aeropuertos, sea cual sea la razón o el sector que se levante en armas, siempre llega a su hora: puntual, como siempre, en fechas veraniegas. Es una solución drástica: cortar las alas al pasaje. Quien está acostumbrado a volar con asiduidad hubiese dado un nosequé no ya para que no se suspendan o retrasen, sine die, los vuelos de verano, sino para que la puntualidad de despegues y aterrizajes se mantuviese durante las tres estaciones restantes.
La protesta, al parecer, no estaba encaminada a aumentar el salario sino a reducir la presión de las cargas de trabajo, como el pasaje se ve forzado a reducir el peso de su equipaje. No hay discusión alguna: si trabajan más de las cuenta hay que corregir ese superávit. Lo que de verdad mosquea a una buena parte de la sociedad que solo acostumbra a embarcar un par de veces al año, el tradicional ida y vuelta de verano, son los días elegidos. Provocan sobrecarga de paciencia.