HA necesitado el Athletic una especie de conjunción astral para ganarle de una puñetera vez al Atlético de Simeone, un tipo que se granjeó la tirria de la hinchada desde aquella vez, o sea, desde el 8 de diciembre de 1996, cuando fue abducido, por decirlo suave, y sintió la irrefrenable necesidad de acuchillar con los tacos de su bota derecha el muslamen de Julen Guerrero. Quién no recuerda esa otra ocasión, más reciente: el Cholo tomó las riendas de un equipo destartalado y comenzó la regeneración precisamente en la final de Bucarest, un infausto 10 de mayo de 2012, hincándole el diente sin piedad alguna a la asustada tropa de Marcelo Bielsa. O sin ir más lejos ahí está el encuentro de la primera vuelta, el mejor partido de la era Berizzo que no sirvió para nada, salvo para exhalar lamentos.
Así que ganarle al Atlético del Cholo produce hasta insano regodeo, para qué nos vamos a engañar. Ahora bien. Cuatro días antes tuvo que ocurrir una catástrofe de calibre, que hizo recordar la leyenda del Pupas. Resulta que el Atlético ha dado un salto cualitativo con Simeone al frente. Ya se codea con los más grandes del Continente y la final de la Champions es en el Metropolitano, luego ese era el objetivo. Le dio un repaso a la Juventus en el partido de ida y en Turín, con el viento a favor, los colchoneros perpetraron el partido más infame de la era Simeone.
Para más inri, Cristiano Ronaldo ofreció un recital de goles y astracanadas, emulando al Cholo, a quien le devolvió su gesto procaz de machomen patán.
Se puede añadir que Gaizka Garitano fue más cholista que el propio Simeone y probó de su propia medicina en San Mamés. El fin justifica los medios. O dicho de otra manera: el planteamiento del técnico rojiblanco recibió como premio una victoria rotunda, ¡aleluya!, y en eso tuvo mucho que ver el estado depresivo del rival.
No creo que a Griezmann vuelva a repetir eso de que está en condiciones de sentarse en la mesa donde come Leo Messi. El golpe ha sido tan duro que L’Equipe aseguraba ayer que el delantero galo ahora está dispuesto a reconsiderar la oferta que el pasado verano le propuso el Barça, contrato que desdeñó a cambio del agasajo de la afición y un contrato bestial con el club colchonero. El sábado, nada se supo del Principito. Ni de Diego Costa, que junto a Griezmann ha causado verdaderos estragos en el Athletic. Tampoco de Álvaro Morata. Faltaba Iñigo Martínez, pero Unai Núñez se convirtió en un titán, obviando su inactividad, conformando con Yeray un tándem defensivo casi perfecto. Y Herrerin disfrutó de una desconocida y plácida tarde...
Todavía vamos a tener que darle las gracias a Cristiano por haber metido al Atlético en el reino de la melancolía.
La conjunción astral permitió incluso que Ibai y Kodro, los dos fichajes invernales, tan cuestionados ellos, desplegaran un brillo estelar en el segundo gol. Hasta en los cambios estuvo impecable Garitano para solaz de la hinchada, que se ha quitado de encima su mayor pesadilla, y eso reconforta una barbaridad.
En consecuencia, el Athletic ya no es el último en el escalafón de los equipos vascos, sobrepasados la Real Sociedad y el Eibar, justo cuando la Liga afronta el tramo final. Diez jornadas pendientes que si tenemos en cuenta las estadísticas de Garitano (el doble de puntos que con Berizzo en la mitad de partidos) darían para aspirar a los puestos europeos. Además no queda otra, porque de eso se trata, de vivir la ilusión, hasta el próximo traspié.
El Atlético, además, perdió en San Mamés algo más que su proverbial capacidad cinegética. Ha dicho definitivamente adiós a sus aspiraciones ligueras. El Barça, con la magia de Messi, destrozó al Betis y se dispara a los diez puntos de distancia. Ya no le queda horizonte al Atlético, salvo el prurito de terminar por delante del Real Madrid. Bien puede decirse que la Liga murió en La Catedral.