según la RAE es aterrizaje, me corrigen. Gramaticalmente sí, pero posarse en Marte, nuestro vecino rojo, debe tener nombre propio: ¿amartizar sería buena opción?
El pasado lunes el módulo espacial InSight se posó sobre Marte tras 485 millones kilómetros del viaje que comenzó el 5 de mayo. Desde las sondas Viking de los 70 será la primera vez que haya dos estaciones (InSIght y Curiosity) allí con el objetivo de estudiar no sólo la superficie, sino también su interior.
Me parece un éxito tecnocientífico y así he podido leer y escuchar muchos comentarios favorables y esperanzadores, confiados en que la investigación espacial beneficie al conocimiento y contribuya al desarrollo tecnológico, recordando no solo el microondas, sino otras muchas aplicaciones derivadas de los viajes espaciales; pero ante mi sorpresa de ciudadana siglo XXI, la mayoría de los comentarios viran de la incredulidad al escepticismo pasando por la crítica descarnada, sobre todo por su coste “inadmisible” considerando las actuales carencias en la Tierra.
“Esto es más falso que un billete Monopoly”, leo entre otras “sesudas” reflexiones. “¿Servirá de algo conocer esos datos que proporcionará el InSight?”, se pregunta otro.
Siria en guerra; Ucrania y Rusia en greña prebélica; China y Estados Unidos lanzándose aranceles aduaneros a la cabeza de sus transacciones económicas; Trump y su troupe no reconocen el cambio climático y quienes se lo creen hacen poco?; 8.000 niños mueren de hambre cada día; millones de niños sin escolarizar; una mujer muere lanzándose al vacío porque iba a ser desahuciada; rutas repletas de emigrantes que huyen del hambre y la guerra; malaria, dengue, sida, Alzheimer, cánceres? ¿Por qué no se exploran soluciones terrenales en lugar de ir a buscarlas fuera? ¿No se podría utilizar aquí lo derrochado en este viaje interplanetario?
Me imagino hace miles de años al inventor de la rueda en la cueva de patentes para registrar su invento y al troglodita encargado de la época poniendo caras ante aquel trasto redondo sin aparente utilidad alguna. Como en 1825 el tren para The Quarterley. “¿Hay algo más absurdo y ridículo que una locomotora que vaya dos veces más rápido que un coche de caballos?”. ¿Ha utilizado usted alguna vez este absurdo tipo de tren rápido? El doctor Barry Marshall, descubridor de la Helicobacter Pilori, bacteria productora de la úlcera gastroduodenal, tuvo que autoinfectarse para demostrarlo porque no le creían. En 1876, para sir William Preece, ingeniero jefe de Correos Británica, el teléfono tenía demasiados defectos para ser un medio de comunicación y “los británicos no lo necesitamos porque nos sobran los mensajeros”. Lord Kelvin, en 1895, acertó de pleno sobre los aviones: “Es imposible que máquinas más pesadas que el aire puedan volar”, leo entre nubes sobre el Atlántico. Son millones, Casillas incluido, quienes a pesar de las pruebas creen que ningún ser humano ha hollado la luna. Ken Olsen, presidente de Digital Equipment Corporation en 1977: “No hay razón alguna para que alguien quiera un ordenador en su casa”.
Ante este escepticismo casi negacionista de los éxitos científicos, me conmueve y asombra la credulidad acientífica que permite homeoterapias sin testar o fomenta las visitas a Lourdes o Fátima y adorar hostias fermentadas sangrantes.
Además, como estamos arruinando por sobreconsumo los recursos terráqueos? ¿podría ser Marte una esperanza migratoria?