LA desaparición definitiva de ETA debería, por lógica, haber dado paso a una nueva etapa de normalización política y social. Eso creíamos todos. Llevamos ya seis años y medio sin muertos, ETA se ha disuelto y seguimos en las mismas. La violencia y el terrorismo siempre han tenido, además de la muerte, la destrucción, el miedo y la bajeza moral, el perverso efecto de cebar el enfrentamiento. ETA mataba y los partidos se enfangaban en tremendas disputas estériles. Con ETA desaparecida, la cosa no termina de mejorar.

Por lo que se ve, hay miedo escénico. La ausencia del factor ETA que lo distorsionaba todo no ha terminado con el envenenamiento que suponían sus acciones. El Gobierno español convocó el Pacto Antiterrorista tan pronto se constató que ETA pasaba a la historia. ¿Para qué? Para nada, en realidad. Ahí está el resultado tras la reunión de ayer: pura escenificación. Tan mala, por cierto, que lo que debía visualizarse como unidad, diagnóstico conjunto, medidas consensuadas y estrategia compartida acabó en división no explícita. Pero división. Ni siquiera fueron capaces los partidos de fijar una sola posición tras constatar que lo que tanto reclamaban y tanto se había anticipado había sucedido y era verdad: ETA ya no existe. Ahí tienen su acta de defunción.

Así que para no dar una imagen de desencuentro, ni siquiera abordaron el espinoso asunto de la política penitenciaria, cuya aplicación ahora es absolutamente extemporánea. La presión de las asociaciones de víctimas (AVT y Covite) y de Ciudadanos ha surgido efecto. Rajoy tiene tanto pavor a que le acusen de traicionar a las víctimas y de conceder contrapartidas como al aprovechategui de Albert Rivera en su asalto a La Moncloa. Y, sin embargo, tarde o temprano, el fin del alejamiento de los presos tendrá que ponerse encima de la mesa. Ayer, al calor del éxito que tuvo Rajoy en su alusión al líder de Ciudadanos como aprovechategui, Pedro Sánchez no quiso ser menos y dijo que el presidente español es un amarrategui por su inacción. Lo cual, como tal acusación a Rajoy, es cuando menos asombrosa. La cuestión era meter una palabra de origen vasco, qué originalidad.

El Gobierno español no ha parado de afirmar que el fin de ETA se ha debido a que el Estado de Derecho y las Fuerzas de Seguridad la han derrotado. Jamás una victoria militar fue tan pobremente celebrada. Pero parecido le pasa a la izquierda abertzale, incapaz de apostar con el resto de partidos por el nuevo tiempo por no atreverse a decir que ETA causó un daño injusto y rechazar la legitimación de la violencia. Si, como dicen, el fin de ETA es gracias a ellos, ahí tenemos otra victoria pírrica. Aquí también las presiones de algunos de los suyos -venga, digámoslo: los forofogoitias- y el miedo escénico impiden pasos adelante reales. El fin de ETA era esto.