EL sábado, el Barça ganó en Cáceres la final de la Copa del Rey de fútbol sala y ayer, en Madrid, la de balonmano por vigésima segunda vez, la quinta consecutiva, más o menos como en el fútbol, solo que no hubo ni pitos ni malos rollos, sino todo lo contrario, básicamente porque se da la curiosa circunstancia de que, llamándose Copa del Rey, a Su Alteza no le da la real gana de asistir a estas minucias deportivas, así que, como no va Felipe VI tampoco hay himno, ni la consiguiente pitada, ni el estúpido debate sobre la libertad de expresión del pueblo confundido, pues al menor mecachis contra el Borbón va el fiscal del Estado y te monta una querella que te deja pasmado.
Al respecto hay que reconocerle astucia y buen criterio al monarca, porque teniendo en cuenta que el Barça no para de beberse compulsivamente copas del rey, ya sean de fútbol, fútbol sala, baloncesto, balonmano o hockey patines, Su Alteza Real estaría un día sí y otro casi que también con la matraca de los silbidos, y las querellas consiguientes, y además lo que se ahorra la Hacienda Pública evitando todo ese enorme montaje protocolario y policial que demanda Don Felipe.
El rey, como marca la tradición, y los reyes ya se sabe que son muy tradicionales, lo que no se pierde aunque caigan pitos de punta es la final de fútbol, costumbre heredada, como otras cosas, de su padre, y éste de su antecesor, el Generalísimo Francisco Franco.
Con la indignación aún caliente por la requisa de bufandas amarillas en la final del Metropolitano, conforta que la Audiencia Nacional decidiera absolver en segunda instancia a Santiago Espot, supuesto promotor de la pitada que se escuchó en la final frente al Athletic del Camp Nou, en 2015, valorando que la libertad de expresión prevalece sobre el derecho al honor del monarca.
A todo esto. Ayer trascendió que la parentela de Felipe, Iñaki Urdangarin y Cristina, amén de vivir como Dios en Ginebra, también cuidan el cuerpo, se mezclan con la plebe y han corrido la Harmony Genève Marathon. Hay que ver la suerte que tiene Urdangarin, pendiente como está de la decisión del Supremo, que pronto debe ratificar, o ampliar, la pena de seis años y tres meses de cárcel que le impuso un tribunal de Baleares. Al amparo de los majestuosos Alpes aguarda órdenes. Y surge una pregunta tan ingenua como elemental: ¿por qué él sí tiene el beneplácito de la Justicia española y otros, políticos catalanes, culés de cuna quizá, están en prisión sin haber sido juzgados?
Otro ilustre culé, Carles Puyol, hizo un viaje relámpago a Bilbao y en sus exclusivas palabras a la web del club dijo que estaba muy contento con el premio, natural, y recordó aquella súbita reacción en la final de 2009, en Valencia, cuando enarboló una ikurriña a modo de admiración hacia la afición del Athletic, que persistía en aplaudir a los suyos a pesar de la derrota.
En esta costumbre de encriptar declaraciones y lanzarlas luego a través de su red social se advierte cierta perversión en la gerencia rojiblanca, porque nos enseña exclusivamente lo que les conviene cuando y como quieren. Y los periodistas, ¡ay!, nos lo tragamos. En vísperas del derbi contra la Real, el inocente “de pequeño ya era del Athletic” que Iñigo Martínez soltó a través de la televisión del club despedía tufillo de cálculo malicioso, un ahí lo dejo para agitar el avispero, y vaya que sí se agitó. Me pareció una barbaridad el dineral que costó Martínez y entonces mostré mis dudas sobre la comparación calidad-precio del mozo, y sin embargo ahora creo que es mejor que Laporte y la operación ha salido redonda.
Ziganda, ahora que se siente liberado (o sea, que sabe que no va a seguir), amén de encender el ventilador para airear culpabilidades a diestro y siniestro, se dio el capricho de alinear tres centrales, que además son de lo mejor que hay, y el experimento, fallido hasta el ridículo en Girona, sí resultó ante el Betis. Funcionó casi todo, para perplejidad de la hinchada, que para nada esperaba semejante transfiguración del equipo. Desatado Ziganda, a ver si se marca otro largo y pone a Kike Sola de titular, más que nada para constatar que el jugador existe.