TIEMPOS Aquellos cuando San José marcaba goles, pero en la portería contraria, y los festejaba de esa forma tan simpática, acomodando los dedos sobre los ojos como simulando unas gafas de fantasía. San José y su mala pata condensó la perra suerte del Athletic en Anoeta, pero al margen del doble y calamitoso error que puso el triunfo en bandeja a la Real, su contribución al colectivo fue otra vez muy deficiente (como la de la mayoría, se debe añadir). Pero aplaudo la decisión de Ziganda de mantenerle en el campo contra viento y marea; de evitarle una humillación añadida. Sí señaló en cambio a Lekue, cuya desidia en la marca ocasionó el gol de Oyarzabal, y le sustituyó sin mayor escrúpulo. Qué perverso puede ser a veces el fútbol: el Athletic marca dos goles más que su contrincante y sin embargo pierde, escenificando así el estrambótico retrato de un mísero partido.
En las crónicas guipuzcoanas se puso énfasis en la colaboración de Iñigo Martínez en la gestación del segundo autogol de San José pero, claro, aquí hay una predisposición evidente, y ganas enormes de ahondar en el escarnio al traidor. Ya se sabe como van estas cosas: si Illarramendi ficha por el Real Madrid, puente de plata. Si Martínez se va al Athletic, Judas Iscariote.
La hinchada txuri-urdin se lo pasó bomba, hay que reconocerlo, tanto o más que aquella tarde del 5-0. Se desfogó a gusto con el central de Ondarroa, amortizando con inquina el disgusto que les provocó su deslealtad. Y son un poco más felices.
Entre la afición rojiblanca la derrota no tiene justificación alguna, ni tan siquiera en el puro azar que fraguó la desdicha de San José, porque llueve sobre mojado y se trataba de eso, de terminar la temporada al menos con cierta dignidad. La sensación de mofa que deja el derbi tiene muchos protagonistas, prácticamente la totalidad de los jugadores, pero un solo culpable, el entrenador. Así se entiende la ley en el fútbol.
Ahora bien, ¿qué hacer hasta final de temporada? ¿Aguantar estoicamente para lo poco que falta, pese al cabreo del personal y el alto grado de desafección que está vaciando San Mamés como nunca antes había ocurrido? O buscar una salida a José Ángel Ziganda. Quiero que se me entienda: el técnico navarro asumió con una ilusión desbordante la empresa (“no me cambiaría por ningún entrenador del mundo”, dijo en la pretemporada), y cada jornada se las ve y se las desea para justificarse. El sábado, explicó: “Hay nivel, pero falta regularidad”, y sin embargo se cuestiona mucho el nivel, pero jamás la regularidad que tiene el equipo exhibiendo su calamitoso juego.
Ziganda, desde hace tiempo, está desbordado por la situación, pero Urrutia le mantiene en el cargo y él sufre, seguro que sufre, porque el sueño que tuvo se ha transformado en pesadilla. De repente, un ídolo del Athletic se convierte en cabeza visible de las frustraciones colectivas, destruyendo así el buen recuerdo que de él se tenía. Quizá una dimisión, con la cabeza bien alta, reconociendo lo evidente, sin estridencias. Quizá anunciando él mismo que tiene fecha de caducidad, más que nada para atemperar con un ejercicio de autoflagelación la animosidad de la gente de aquí hasta final de temporada. Lo que sea con tal de evitar que su marcha no difumine el excelente recuerdo de ha dejado este delantero ejemplar, que vino de Osasuna y se identificó con la causa rojiblanca con toda la fuerza del converso.
Parece una broma pesada, pero ayer, entre las noticias que adornaron la victoria del Barça en Riazor, se destaca que el Athletic, matemáticamente, mantiene la categoría, ya que el Deportivo, el antepenúltimo clasificado, no podrá superarle en puntos. Sin duda se trata de una visión exagerada, pero es la única noticia buena de esta lamentable jornada.
Se podría añadir echándole un poco de sorna que Ziganda, ya sin presiones, podrá hacer pruebas en el equipo con vistas a la próxima campaña. O mejor no. A falta de tres partidos, el Athletic todavía tiene un reto: evitar acabar el último en la liga de los equipos vascos. En esas estamos.