SE cumplen hoy 92 días desde que se celebraron las elecciones catalanas del 21 de diciembre convocadas por el presidente español, Mariano Rajoy, tras aplicar el artículo 155. Tres meses en los que nada ha cambiado, al menos para bien. No hay Govern, no hay Generalitat propiamente dicha -el Gobierno del PP se jacta de haber cesado en este tiempo a 260 cargos, casi tres al día-, huidos, encarcelados, investigados... y más 155. Y, para más inri, el bloque independentista está más dividido.

Tras convocar las elecciones, el Gobierno español animó a los independentistas a presentarse: “Puigdemont y todos los líderes políticos pueden participar en las elecciones porque están en su derecho. Sería bueno porque es una manera de que los catalanes juzgasen y opinen sobre las políticas que ha llevado a cabo el señor Puigdemont en el último año”, afirmó el portavoz Méndez de Vigo. El soberanismo, que acababa de proclamar -eso creíamos- la república catalana, recogió el guante y, para sorpresa de muchos, aceptó unos comicios autonómicos y españoles con el objetivo de restablecer el autogobierno y anular el 155. Pues bien, los catalanes hablaron y esos a quienes Rajoy pedía que se presentasen lograron la mayoría, pero -he aquí la perversión- no pueden gobernar. No vale ni el plan A (Puigdemont, en Bruselas) ni el plan B (Jordi Sànchez, en prisión) ni el plan C (Turull, procesado y probable reo hoy). Los planes A y B los frustró la Justicia española. El C lo ha tumbado la CUP, aliado esta vez del juez Llarena y de Rajoy.

El esperpéntico (otro más) pleno de ayer del Parlament y la no investidura de Turull tienen cinco virtudes. Una, volver a dejar patente que el Estado (ejecutivo y judicial) no tiene intención de permitir un president soberanista, lo que muy democrático no parece. Dos, que nadie parece tener en la agenda una salida real, digna, viable y legal de país, por mucho que Turull incidiera en su moderado discurso en el diálogo y el acuerdo y ni mentara la república catalana ni el proceso constituyente. Tres, que la CUP sigue jugando su papel desestabilizador, el único que realmente le gusta, a lo Llarena: nosotros ponemos y quitamos president -¿a qué me suena eso?-. Cuatro, que el 155 sigue teniendo cuerda para rato. Y cinco, que finalmente se ha puesto en marcha el reloj de la legislatura. Tictac, tictac.

Quedan, pues, dos meses. O plan D (un candidato limpio, como quiere Rajoy) o plan E (elecciones, como quiere Rajoy). De victoria en victoria hasta la derrota final. Mientras los catalanes mantengan su santa paciencia.