TENIENDO en cuenta los antecedentes (el Atlético de Simeone solo ha perdido una vez de quince ante el Athletic), las estadísticas (casi cuatro horas, ante el Girona y Las Palmas, sin marcar un gol), las circunstancias (sin Aduriz ni Raúl García) y los aleluyas (la victoria balsámica en Moscú), mucho me temo que Ziganda se vino arriba, se sintió bajo amparo y dijo: de perdidos, al río. Se puede añadir que para montar una la alineación tan así, de redoble y castañuela, también tenía hasta una excusa razonable: preservar a los esforzados triunfadores frente al Spartak del rigor del Wanda Metropolitano. Ya solo faltaba ponerle un eslogan apropiado: chicos, aguantar como podáis y que salga el sol por Antequera.
En vivo contraste, sus colegas del Atlético o la Real, que también jugaron la semana pasada en Europa y volverán a hacerlo el próximo jueves, pusieron lo mejor que tenían, y probablemente por eso ganaron. En todo este asunto también hay una cuestión de voluntad. No es que Ziganda quisiera tirar el partido, Dios me libre, pero digamos que disimuló un poco. La disposición del Athletic no fue más allá del empeño por torpedear el juego de sus rivales e invocar la fábula del burro flautista, o sea, una casualidad, como en Moscú. Si por un lado el técnico navarro renunció al fútbol, los que sí tenían la responsabilidad de al menos intentarlo (y hablamos de ese espeluznante trivote compuesto por Beñat, San José y Vesga) demostraron que tampoco están para nada.
Y de esa rácana encomienda surgió una derrota grosera. Paradigmático, de risa, fue el primer gol. A Iturraspe, otro que tal baila, que había sustituido al cesante Beñat, le pilló la jugada en plena charleta distendida con San José: “Oye Sanjo, ¿tú crees que Lekue ha hecho falta o a mí me lo parece?” Mientras tanto, el balón se escurrió por entre sus reposados pies hasta los de Saúl, que los agitó con prestancia hasta montar una contra de libro junto Griezmann y Gameiro que pillaron a todo el entramado defensivo del Athletic patas arriba. El segundo tanto nació de otra desatención, y de nuevo con San José de protagonista. Y tampoco merece la pena cargar las tintas sobre un jugador que no está precisamente en su mejor momento.
Provoca espanto comprobar que la única vez que se supo sobre la existencia de Oblak fue en los prolegómenos de aquella esperpéntica estampa, cuando al guardameta esloveno no se le ocurrió otra cosa que diblar a dos rivales fuera de su área para llamar la atención, pues así de tediosa se le daba la tarde.
Es decir, el Athletic no tiró ni una sola vez contra la portería rival o zonas adyacentes ni por equivocación, convirtiendo a Iñaki Williams en un náufrago. Qué horror, cuanto espanto. El patadón y tentetieso no sale tan reincidente si antes no hay una precisa consigna. Salta a la vista que Ziganda no pidió el control de la pelota, más que nada para que no la tuviera el rival, y desde luego para nada les exigió un mínimo decoro.
Se puede añadir que el fin (el 0-0) justificaba los medios, pero dudo mucho que el técnico hubiera diseñado un plan tan berroqueño sin la coartada de Moscú.
Con este panorama resulta hasta ridícula la convocatoria-excursión de Kike Sola, teniendo en cuenta que el delantero está absolutamente defenestrado por el entrenador, aunque más extrañas las ha hecho.
“Son días que te salen cruzados”, dijo el técnico después en su empeño de intentar explicar las circusntancias del partido, y uno entonces tira de memoria y resulta complicado comprobar si este Athletic ha tenido al menos media docena de días preclaros desde el anterior ( y decepcionante) partido ante los colchoneros, en la despedida y cierre de la anterior Liga y del Vicente Calderón (y de Ernesto Valverde), y hasta este reencuentro en el Metropolitano. Entonces el equipo bilbaino se jugaba una plaza europea, que alcanzó porque el Barça ganó la final de Copa al Alavés. Ahora, en cambio, se diría que nada había en juego, a diez puntos de Europa y a otros diez del descenso. En el limbo, al amparo de la hazaña de Rusia, el único guiño cómplice hacia una afición desalentada.