DE acuerdo con un estudio recién publicado por el prestigioso Pew Research Center, de los Estados Unidos, el lugar de trabajo de las mujeres que desempeñan profesiones relacionadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería o las matemáticas (agrupadas bajo el acrónimo STEM) es un entorno diferente, en ocasiones más hostil, que el de sus compañeros masculinos. Las mujeres perciben con frecuencia discriminación y acoso sexual, y piensan que la condición femenina representa más una desventaja que una ventaja para el éxito de sus carreras, lo que constituye un factor que incide de forma negativa en la inclinación de niñas y mujeres jóvenes a cursar estudios en esos campos. Aunque el trabajo se refiere a Norteamérica, sus conclusiones son seguramente válidas para el conjunto de países occidentales.

En el mundo de la investigación y la academia las investigadoras representan el 32% del total en Europa Occidental y Norteamérica, aunque en España ese porcentaje llega al 39%. En nuestro entorno el porcentaje de mujeres en los estudios de grado y entre quienes completan el doctorado es algo superior al de hombres, y en algunos casos, como en la UPV/EHU, acceden al doctorado más mujeres (58%) que hombres (42%) en disciplinas STEM. Sin embargo, conforme se asciende en el escalafón y, sobre todo, en los niveles de máxima responsabilidad, autoridad y reconocimiento, la proporción de mujeres cae hasta valores de entre el 10% y el 25%, dependiendo de la instancia y sector de que se trate.

Ese estado de cosas tiene su reflejo más depurado en la proporción de mujeres a las que se conceden los máximos galardones en sus disciplinas y, muy en especial, a las que se ha concedido el premio Nobel. Desde su creación solo el 3% de esos premios ha sido dado a mujeres. Suele argumentarse, para justificar ese bajo porcentaje, que refleja su presencia en el mundo de la ciencia desde que existen esos galardones. Es indudable que cuanto menos son los miembros de un colectivo que desempeñan una actividad, menos son quienes alcanzan los niveles más altos. Pero si nos fijamos en la última década, se han concedido a mujeres el 6,5% de los premios. Y si bien es cierto que los méritos que se reconocen pueden datar de décadas atrás, es más que dudoso que las mujeres solo hayan representado el 6,5% de quienes se dedicaron a la ciencia al más alto nivel durante el último cuarto del siglo XX. Y de haber sido así, tal desequilibrio sería, en gran medida, consecuencia de otros desequilibrios relacionados con las diferentes oportunidades de hombres y mujeres para acceder a los recursos y las posiciones que facultan para desempeñar una carrera científica al más alto nivel.

Los límites a la presencia de las mujeres en las posiciones de alto rango en la carrera científica son injustos y tienen, además, dos consecuencias perniciosas. Por un lado, privan al sistema científico y a la sociedad en general de la aportación al bien común de las mujeres más capacitadas. Y por la otra, contribuyen a alimentar los estereotipos que muestran a las profesiones científicas y tecnológicas como inadecuadas o impropias de las mujeres, con las consecuencias amplificadoras que tales estereotipos tienen. Hoy se celebra, a iniciativa de Naciones Unidas, el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Por las razones dadas, esta celebración es necesaria, pero no debemos perder de vista que además de hoy, mañana, pasado mañana y los siguientes deberían también ser días de la mujer y la niña en la ciencia.