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La edad de la inocencia

La edad de la inocencia

MÁS allá del tráfico de tribunales vivido alrededor de la haurreskola de Zamakola sobre quién, cómo y cuándo debiera construirse el edificio que alberga y forma a quienes comienzan a dar sus primeros pasos, la noticia trae consigo una buena nueva: todavía quedan barrios que rejuvenecen en un tiempo en el que, según dice la gente del recuento, la población envejece. Más allá de razones, pleitos y refriegas, hay que quedarse con el retablo de esa edad de la inocencia. Puestos a elegir entre espacios ocupados, tonifica más la imagen de un patio lleno que la de un tribunal repleto de gente malencarada.

Es un hábito social pensarlo: serán los niños los que pinten y coloreen un futuro que tantas veces nos empeñamos en dibujar en blanco y negro. No es una ocurrencia de última hora. Desde hace siglos se sabe que la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras que, vistos los resultados que nos dan, tampoco es que sean la flor de las maravillas. ¿Cuánto disgusto nos hubiésemos ahorrado en este caso -y en otros tantos, claro...- si hubiésemos pensado en ellos y no por ellos? Poco importa ya. Nada cambiará. En la próxima ocurrirá lo mismo. O parecido.