pOCO más de dos minutos es la duración media de un encierro en Iruñea, desde el estallido del cohete, a las ocho en punto, hasta que el último toro entra en los corrales de la plaza tras recorrer 875 metros. Es, casualmente, el mismo tiempo que casi la mitad de los hombres emplean en sus coitos, poca cosa, según las investigaciones del famoso urólogo norteamericano Harry Fisch. También la mitad de los espectadores que a esas horas tempranas están delante de la tele sintonizan con TVE para seguir la retransmisión sanferminera, algo menos de dos millones, sumando los de La 1 a los que optan por el Canal 24H. En Iruñea, el share es del 99%. Cifras elevadas para un espectáculo cuya exclusiva pertenece a la cadena pública y que patrocina una marca de chorizo, nada glamurosa.

¿Y qué buscan esas personas en la pantalla del bar o el hogar? Si fueran sinceros, reconocerían que les impulsa el morbo de ser testigos del embiste de los toros, las caídas y demás incidencias de un espectáculo brutal y, efectivamente, único. Pocos tienen el cuajo de admitir que sin heridos, algún fallecido de vez en cuando y graves situaciones de riesgo no verían el festejo, por aburrido. No en vano, el balance de descalabrados, difundido por la Cruz Roja como si un parte de guerra se tratara, es de lo primero que se informa al término de la carrera.

Lo hace muy bien TVE con Elena Sánchez y Javier Solano. Saben que sus imágenes darán la vuelta al mundo, más que las del G-20 de Hamburgo, y de ahí su descomunal despliegue, con 26 cámaras a lo largo del itinerario. Las tomas por slow motion, vistas desde detrás de la manada, son pura e impagable maravilla. Y se agradece que el encierro en directo se exhiba sin comentarios, solo con el sonido ambiente de cencerros, gritos de mujeres y voces de hombres en pánico. Las observaciones vienen después, con la repetición, que se justifica en la búsqueda de los sucesos violentos. Y así son los dos minutos más vistos del año para sedientos de sangre y dolor ajeno. Lo niego todo, dirán, como Joaquín Sabina.