LA política en este país nuestro está que no para. Las declaraciones se enlazan unas con otras en un rosario interminable de frases más o menos elocuentes pero que se podrían haber grabado de antemano. La política tiene enormes dosis de teatralización y puesta en escena y en cierta medida así debe ser. Lo malo es cuando lo superficial supera a lo realmente importante. Tengamos la ideología o visión política que sea, el análisis o es profundo o no sirve para hacer valoraciones en su justa medida.
Evidentemente me estoy refiriendo al acuerdo presupuestario alcanzado por el PNV con el PP. Sus 36 puntos tendrán mayor o menor enjundia -en cualquier caso suponen inversiones y entrada de dinero- pero, sobre todo, sirve para cerrar el contencioso del Cupo, que, como sabemos, es un tema de calado para asegurar unos límites aceptables a nuestra obligada aportación al Estado español y también unos años sin lío.
Por lo tanto, y aun dándole mucha importancia a la Y vasca, a la intermodal de Jundiz, etcétera, lo importante de ese apoyo en el Congreso es preservar la operatividad del Concierto Económico. Las ideas son libres, podemos tener visiones e ideologías distintas, pero el Concierto requiere de una seriedad de miras que va más allá de las siglas. Incluso quienes deseamos superar el Estatuto del 79 y lograr un estado soberano en Europa sabemos que es una herramienta clave para nuestro desarrollo y así debemos defenderlo.
Por eso, me parece aceptable que el PNV haya aprovechado la debilidad del Gobierno de Rajoy para conseguirlo. Y que, aun pudiendo tener sus claroscuros, redundará en nuestro beneficio. Fundamentalmente por la tranquilidad que nos dará no tener que andar a vueltas con ese Cupo que continuamente intentan aumentar en España, sobrecargándonos en aras a esa solidaridad que no es más que poner desde aquí más que otros.
Por otro lado, la relación de bilateralidad fortalece nuestras posiciones frente al Estado español. Ya veremos qué va pasando pero lo bailao, bailao. Y mientras tanto a aumentar los niveles de desarrollo de la sociedad vasca, algo que parece bastante probable si tenemos en cuenta las previsiones económicas de mejoría para los próximos años.
No se trata ahora de cargar estas líneas con un recordatorio histórico cansino sino simplemente volver la cabeza a los años 80, a la grave crisis económica y a la valentía de aquel Gobierno vasco que, en una situación muy peliaguda, apostó por defender nuestros derechos históricos, cobrar aquí nuestros impuestos y administrarlos aunque supusiera pagar un Cupo. Resultó muy bien y quien diga que no, miente.
Asegurar la tranquilidad durante quince años ayudará a gobernar la cosa pública con mucho más sosiego y dedicar las energías a otra cosa. Por contra, estar pendiente de su negociación es vivir en una continua indefensión frente al Estado y a voces como las de la señora Díaz, aspirante a la secretaría general del PSOE y con vocación de gobierno, que aprovecha la menor para echarnos en cara no sé qué pretendidos privilegios por el mantenimiento de esa mínima parte de nuestros derechos forales. De Andalucía mejor no hablamos.
Por todo esto, no entiendo las acusaciones al PNV por parte de EH Bildu, sorprendentemente coincidentes con Podemos, de fortalecer a un partido corrupto (por el Partido Popular); o que el Cupo vasco debería “defenderse con perspectiva de país por una mayoría, no entre partidos políticos”. O es una demostración de no tener ni idea de cómo aprovechar las mayorías y minorías en las distintas coyunturas políticas o, peor, sacando el vacío argumento de la sociedad, criticar por criticar.