ESTA pasada semana han llegado noticias para todos los gustos, pero, sobre todo, para interpretarlas dependiendo del uso dado a conceptos que, para empezar, están en relación directa con los intereses de cada individuo o con las ideas y proyectos de las que nos sentimos gregarios. Tenemos ejemplos meridianos en el último dictamen del FMI sobre el sector bancario, donde se pone énfasis en la rentabilidad de las entidades sin mencionar su solvencia, o en los datos estadísticos sobre trabajo, que destaca cuantitativamente el descenso del paro sin relacionarlo con la creación de empleo de calidad o la tasa de actividad.
Hecha la declaración de intenciones, pasemos a los hechos. La pretendida recuperación económica seguirá siendo una verdad a medias mientras no desaparezca del catálogo social el término de trabajador pobre. Más aún, la tasa de paro puede descender, pero no siempre significa creación de empleo neto, y menos de calidad, porque puede ocurrir que también descienda el número de personas que buscan empleo y que se contabilizan en la tasa de actividad o población activa.
Señalo estos matices para intentar valorar en su justa medida los datos que hemos conocido esta semana sobre la creación de empleo en el primer trimestre del año. Según el Eustat, la tasa de paro en Euskadi se ha situado en el 11,4%, 13.100 menos que en el trimestre anterior y 34.400 personas menos que entre enero y marzo de 2016. A primera vista, estos números suenan bien y nos sitúan más cerca de la media europea (8%) que de la española (18%). Como también es positivo que la mayor creación de empleo (3.600) se haya registrado en el sector industrial.
Ahora bien, la tasa de actividad también ha descendido en Euskadi (56%) y está casi 3 puntos por debajo de la media español. Recordemos que esta tasa determina el número de personas, entre 16 y 64 años, que tienen empleo o lo buscan. Por tanto, resta las jubilaciones, así como a quienes desisten de buscar trabajo, y suma las nuevas incorporaciones al mercado laboral. Si el resultado es negativo es mala señal para la creación de empleo y para el futuro de las pensiones.
rentabilidad y solvencia Por otra parte, el FMI alerta de la debilidad de la banca española doméstica, considerando como tal a todos los bancos, excepto el Santander y BBVA. Para cimentar su diagnóstico utiliza como base la rentabilidad sobre fondos propios (ROE) y sobre activos (ROA). Es decir, un banco es débil si gana poco en su negocio tradicional. Una idea un tanto paradójica porque hubo un tiempo (no hace mucho) que las entidades bancarias registraban grandes beneficios hasta que llegó el tsunami de los créditos basura y la economía occidental entró en una grave crisis que, dicho sea de paso, permanece en los hogares de muchas familias que siguen pagando las consecuencias de una banca rentable como inestable.
Indudablemente, todo negocio privado está legitimado para buscar la rentabilidad de sus inversiones. Claro que también se puede ganar mucho dinero invirtiendo un día en la ruleta del casino y perderlo al día siguiente hasta el punto de endeudarse hasta la banca rota si no hay solvencia. Dicho con otras palabras, la rentabilidad de un banco está limitada coyunturalmente por los recursos y condiciones de cada momento (tipos de interés, liquidez, préstamos, etc.), mientras que la solvencia está sujeta estructuralmente a la capacidad de cada entidad para hacer frente a los riesgos.
En este contexto, la debilidad de un negocio no se puede medir por sus beneficios a corto plazo, sino por su fortaleza, por la dotación de dinero para cubrirse frente a determinados riesgos. El Banco de España obliga a realizar dos tipos de provisiones: las que cubren los créditos impagados; y las genéricas, que se realizan incluso en épocas de bonanza económica. Estas provisiones, junto a los bajos tipos de interés han restado rentabilidad en el corto plazo pero puede aportar solvencia en el medio y largo plazo que es, a fin de cuentas, lo más importante.
Resumo y acabo. Utilizar mal los conceptos es como jugar con las cartas marcadas y negar validez a lo que dijo Shakespeare: “El destino reparte las cartas pero nosotros las jugamos”.