LOS parones ligueros provocados por la ventana FIFA son como el ojo de un huracán. Recrean una sensación de calma chicha que sin embargo azuza el grado de ansiedad del aficionado, que tolera mal este interruptus, cuando la temporada afronta su aspasionante recta final, para que España dispute un partido ante un rival menor como es Israel. Ni tan siquiera se llenó El Molinón, donde el personal apenas hizo causa con la campaña de rechazo al Estado israelí que se había promovido en Gijón a cuenta del rival y sus circunstancias. Tan edulcorado estaba el asunto futbolístico que a la hinchada le dio por jalear a Iniesta, como es habitual, pero también a Gerard Piqué, ese hombre vilipendiado por sus ocurrencias, barcelonismo recalcitrante y militancia catalanista que sin embargo enarbola con entusiasmo la bandera gualdirroja, paradojas de la vida, y además hace txokito con Sergio Ramos en las redes sociales. ¡Que se besen! gritó la afición gijonesa, que bastante tiene con sobrellevar el alma en vilo por culpa del Sporting, al borde del descenso, como para engancharse con las gestas de la Roja en esta fase de clasificación larga y tediosa; sin rastro de interés o emoción, salvo el día en el que se vuelva a cruzar con Italia, allá por septiembre.
De lo malo, al Sporting le queda un hilo de vida. Osasuna, en cambio, está bien muerto y enterrado, y con su entrenador milagro despedido a principios del pasado mes de noviembre me parece que ya no tiene remedio.
El otrora club ejemplar se ha convertido en un lupanar, con sus dos anteriores presidentes procesados por presuntos mangutas y amaña-partidos, amén de otros dislates. Pero si nefasta fue la gestión de Izco y Archanco, el actual mandatario Luis Sabalza se ha cubierto de gloria: no solo despidió a Enrique Martín Monreal y en consecuencia conjuró la eventualidad de otro portentoso prodigio. Le dio por apostar por Joaquín Caparrós como si el sevillano fuera el bálsamo de Fierabrás y, tras su estrepitoso fracaso, optó por entregarle los trastos de entrenar a Petar Vasiljevic, sin experiencia alguna, por ver si sonaba la flauta. Y vaya que sí sonó, descubriéndose el enésimo escándalo en el seno de Osasuna.
Así que el Athletic se va a encontrar el próximo sábado en El Sadar a un equipo cadáver (un partido trampa, advierte cono mucha razón Aymeric Laporte). Caminito de su lugar natural, la Segunda División, categoría que dejó a consecuencia del famoso milagro de San Martín. Además de pasarse un añito en Primera, el club tuvo el sculento premio añadido de enganchar esos 44,2 millones de euros por derechos televisivos que le han permitido pagar sin agobios deudas, a jugadores y empleados, y hasta en negro, como es el caso del ineficaz Vasiljevic. Dinero que sirvió para aplacar a los acreedores que el técnico serbio contrajo a consecuencia de sus negocios inmobiliarios fallidos.
Aprovechando la coyuntura, y si finalmente Ernesto Valverde decide marcharse, Martín recomienda efusivamente como alternativa a Cuco Ziganda, lo cual es natural en un amigo, paisano y que como él también tiene estirpe rojilla.
El caso es que el pasado viernes la televisión catalana informó que el Barça había pedido permiso al Athletic para negociar la contratación del técnico extremeño. El desmentido del club azulgrana fue rotundo, pero no reaccionó con la misma contundencia a la hora de aclarar si su secretario técnico, Robert Fernández, contactó con Valverde con seductora mirada. No lo hizo “en los últimos días”, puntualiza la sutil nota del Barça. O sea, que no se dirigió al entrenador rojiblanco ni el miércoles ni el martes, pero sí pudo hacerlo el domingo, o el 14 de febrero, San Valentín. El día de los enamorados.