eL Athletic está en crisis, para qué nos vamos a engañar, y sin embargo cumplida la vigesimosexta jornada liguera se agarra como un náufrago a la séptima posición, una plaza que ofrece pasaporte para competir en la próxima Europa League, salvo que al Alavés se le ocurra vencer al Barça en la final de Copa.

A duras penas saca sus partidos en San Mamés contra contendientes de la zona baja y sin embargo no pierde desde el 28 de agosto, frente al equipo azulgrana. Diecinueve partidos sin caer en La Catedral no es cualquier cosa, pero el personal no consigue ni por esas enchufarse con el equipo, y todavía menos si en los primeros minutos ante el Málaga los rojiblancos conceden hasta tres ocasiones de gol, circunstancia que se ha convertido en una insana costumbre. Si a esto se le suma la patológica incapacidad del Athletic para rascar puntos lejos de su estadio y la irritante eliminación de la competición europea por el APOEL de Nicosia, es normal querido San José que la hinchada esté desencantada, porque el fútbol necesita retroalimentarse de la pasión, y eso es precisamente lo que le está faltando a la afición rojiblanca. Tenga por seguro el abnegado centrocampista navarro que si por un casual vencen el próximo domingo en Anoeta a la Real Sociedad, lo cual implica batir la portería de Gerónimo Rulli y terminar con la intemerata de 492 minutos consecutivos si meter un gol a domicilio, el personal estará excitadísimo, y encantado de la vida, y muy ilusionado, y pelillos a la mar para afrontar el siguiente encuentro, nada menos que frente al Real Madrid. O sea, vienen los rivales más conspicuos del Athletic, uno tras otro: sobre el horizonte cercano irrumpe la grandiosa oportunidad de resarcir a la parroquia de la desazón que provocó lo de Chipre y también de esa sensación de poquedad futbolística que transmite el equipo bilbaino en los últimos tiempos.

Porque en lo concerniente al encuentro con el Málaga seguro que todos coincidimos en añorar poderosamente la figura de Aritz Aduriz, no en vano la asignatura del gol se está convirtiendo en un serio problema. El Athletic no se agarra ya ni a las jugadas de estrategia, que tanto rédito daban en épocas pasadas para mitigar carencias en la elaboración, salvo que piten un penalti a favor.

Con la nueva normativa, el tema de las manos en el área y su interpretación por los exégetas del reglamento y público en general está sirviendo para alimentar aún más la polémica y el follón. He buscado opiniones entre doctos en la materia, o que al menos se jactan de ello, y para unos la mano de Camacho no mereció el máximo castigo y en cambio otros opinaron que el balón que interceptó Laporte sí lo merecía, y viceversa. En ambos casos fueron manos involuntarias, pero una de ellas decidió el sino del partido, magníficamente sellado por Raúl García.

El veterano central argentino Demichelis se lamentaba después con amargura: “Es como demasiado fácil pitarle un penalti en contra del Málaga y como demasiado difícil pitárselo a favor”. Lo cierto es que, después de encadenar siete derrotas y una sola victoria en los últimos diez partidos, el equipo andaluz tiene razones para maldecir su suerte, dejada al albur de una apreciación arbitral.

Pasó el Málaga, y como otros tantos rivales de escaso fuste (Sporting, Deportivo, Granada), el Athletic lo despachó con más pena que gloria, pero ahora viene el momento álgido y una oportunidad de redención: la Real Sociedad, con las ganas que nos tienen y las ínfulas que gastan, pues aspiran a la Champions, y razón no les falta. Y después el Real Madrid, dispuesto a quebrantar la fortaleza de San Mamés para ganar la Liga.

Valverde ve el próximo reto con grandes expectativas: es su deber mostrar su talante más positivo, aunque en su interior igual cree en otra cosa. ¿Y qué piensa de lo otro? ¿Renueva? ¿Se va? ¿Al Barça? Hay que reconocer lo cabrón que se pone el diablo cuando tienta. Debería tomar una decisión cuanto antes, como hizo Luis Enrique. El Barça reaccionó como un tifón, jugó como los ángeles y destrozó al Celta. Pero esa es otra historia...