AL parecer los y las presas de ETA se plantean aceptar la normativa penitenciaria acogiéndose a sus beneficios. Sin duda, esto supone un cambio radical en ese colectivo que se ha negado históricamente a hacerlo (o, al menos, así lo vendía su dirección en contraposición a otras opiniones que lo veían como un control férreo y amenazante).
La novedad es que ahora se puede tratar de una posición del grupo en su conjunto. Mi duda es si estamos ante una decisión tomada desde el convencimiento, en este proceso de acabar con esa organización definitivamente o, por el contrario, es otro movimiento táctico. Ojalá sea lo primero.
Si la memoria no me falla, el Gobierno vasco del lehendakari Urkullu ya planteó, con su iniciativa Zuzen Bidean del Plan de Paz y Convivencia, ir buscando soluciones para normalizar la situación de las personas presas y dar pasos -entiendo yo- hacia el fin definitivo de esa parte del conflicto que soportamos ya tantos años. Para ello, les envió cartas explicando los procedimientos que les permiten acogerse a esos derechos legales a ejercer de manera individual.
Por otro lado, es necesario recordar en este momento a quienes con anterioridad, individual o colectivamente, apostaron por el camino de la reinserción social vía la reflexión, la aceptación del dolor producido a las víctimas y apostaron por el diálogo desde el convencimiento de que aquello estuvo mal (véase, entre otros, la vía Nanclares).
Nadie duda de que la situación de los presos y presas es un tema sensible al que hay que hincar el diente. En primer lugar, acabando con su dispersión.
Valgan estas líneas también para recordar la iniciativa de Sare y su manifestación del próximo 14 de enero contra la pena añadida que supone mantenerles en cárceles alejadas del lugar de residencia. Precisamente, lo contrario a la posición que defendía el otro día el recién estrenado Ministro del Interior español que -sacando pecho como King Kong- amenazaba con su legalidad para seguir fastidiando.
Y como siempre no la vamos a liar desde Euskadi, me ha alegrado mucho que la española Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica haya presentado una queja a la Defensora del Pueblo por el discurso del rey en su mensaje de Navidad.
Le aplaudieron el PP y el PSOE por pedir olvidar a las víctimas del franquismo para no agitar viejos rencores o abrir heridas cerradas; el resto comprobamos, una vez más, que hay víctimas y víctimas.
Por otra parte, ¿alguien espera que el Borbón critique la corrupción del partido en el poder causante del empobrecimiento general por sus políticas antisociales, que demuestre preocupación por el paro juvenil e incertidumbre ante el futuro o que reconozca los derechos de los pueblos? Sería muy iluso.
Vaya por delante mi agradecimiento a ETB, que nos libró de esa aparición televisiva (quien quiso lo vio en los medios españoles; los mismos que contaron que la audiencia cayó a mínimos históricos). Normal.
La gente está harta de esa familia que no deja de dar escándalos y que tiene la legitimidad que le dio el dictador.
¿Olvidar los desmanes del franquismo? De ninguna manera.
Por respeto a nuestras familias, marcadas por el sufrimiento de la muerte, de la cárcel y del exilio.
Y, sobre todo, por dignidad y justicia con quienes aprendimos a amar a nuestro pueblo.