las noticias conocidas esta pasada semana no son novedosas, inciden en lo acreditado desde que estalló la crisis y vienen a confirmar que las secuelas no solo han empobrecido a millones de familias, también condimentan, resumen y definen muy bien la atmósfera socio-laboral que se respira hoy en Europa. Persiste el miedo a perder el empleo o la casa; a no tener medios para alimentar a los hijos. Miedo a nuevas crisis y cada uno, cada afectado o posible afectado, exterioriza sus temores en función de sus prioridades personales.

Frágil y empobrecido, el ciudadano europeo tiene motivos para la preocupación derivada, por ejemplo, de la fractura entre países ricos y países pobres que pone en peligro a los deudores ante la falta de solidaridad entre los acreedores, socios, unos y otros, de ese proyecto llamado Unión Europea que se asemeja más a una desunión endémica. También es clara la fractura entre empresas y trabajadores, provocando una gran desigualdad porque las primeras han recuperado el nivel precrisis y los segundos han visto aumentar sus problemas económicos. Todo lo expuesto, auspiciado por la incapacidad de los gobiernos, ha sido el germen de la inseguridad social y del populismo.

DISCORDIA En Vitoria vemos un ejemplo de la discordia. El preacuerdo alcanzado en la planta de Mercedes solo afecta a UGT, Ekintza y la Plataforma Independiente de Mercedes (PIM), es decir, 13 de los 27 miembros del comité de empresa, evidenciando con ello una preocupante fractura sindical que esta semana puede vivir un nuevo capítulo, cuando sea sometido al dictamen definitivo de la plantilla. En juego está la eficacia del convenio, que será para cinco años. De momento, si no se suman otros sindicatos, esa eficacia puede ser limitada.

Esa eficacia limitada significa que el preacuerdo (subida del 1,8% del salario durante cinco años y la incorporación de mil operarios con contrato indefinido) afectaría solo a los sindicatos firmantes. Esta posibilidad es, sin duda, la peor noticia. Convendría limar asperezas entre unos y otros. El sector de la automoción vive momentos convulsos. Ahí está, sin ir muy lejos, el mayor fabricante de automóviles, Volkswagen, que acaba de anunciar un recorte de 30.000 empleos. Medida que ha sido consensuada entre los sindicatos alemanes y la dirección de la empresa que defiende una “cura de adelgazamiento” tras haber engordado en los años de bonanza.

DESIGUALDAD No faltan argumentos sindicales para reivindicar mayores subidas salariales y medidas que protejan a los trabajadores. La objetividad de los datos es concluyente: El peso de los salarios ha disminuido mientras que los excedentes empresariales ya han recuperado el nivel del año 2008. Lo dice el nuevo Índice del Precio del Trabajo (INE), que señala cómo los salarios españoles han bajado un 0,7% entre 2008 y 2014, mientras que los precios se han incrementado un 8%, lo que supone una pérdida de poder adquisitivo cercana al 10%. Es decir, aumenta la desigualdad.

Los datos son menos malos en Euskadi. La pérdida de poder adquisitivo ha sido del 4,4%, ya que los salarios crecieron un 3,6%. El peso de la industria y el empleo cualificado han actuado como amortiguador. Son estas diferencias las que también deben ser evaluadas a la hora de confrontar reivindicaciones sindicales, justas y legítimas, con las ofertas empresariales, máxime cuando estamos entrando en un periodo muy complejo.

INSEGURIDAD El escenario de la economía occidental afronta un periodo de inseguridad, resumida en el planteamiento que hace la Comisión Europea al recomendar un estímulo fiscal de 50.000 millones argumentando que “la recuperación es débil. Y hay nuevas fuentes de incertidumbre tras el referéndum británico y otros desarrollos geopolíticos que aconsejan una expansión fiscal”.

Dicho con otras palabras, ante la pujanza el populismo (Brexit, Trump, etc.) vuelve el pánico y esos 50.000 millones quizás no sean suficientes comparados con el billón de dólares prometido por el futuro inquilino de la Casa Blanca. Máxime cuando 2017 es año electoral de Francia y Alemania.