Decir que soplan malos vientos para el sector siderúrgico vasco no es decir algo nuevo, como tampoco lo es la grave situación por la que atraviesan las plantas que ArcelorMittal tiene en Sestao y Zumarraga. La empresa anglo india parece inflexible respecto a la planta guipuzcoana, mientras deja caer en cuentagotas diversas alternativas al inicial “cierre temporal indefinido” de la ACB que no aclara el futuro de cientos de trabajadores. La última ocurrencia de la dirección consiste en presentar un “plan detallado” en los próximos cinco años que se añadiría a esa otra oferta de producir dos fines de semana al mes a cambio de importantes ayudas públicas.

Digámoslo con claridad: resulta indignante la actitud de la empresa y, conocidos los precedentes, se puede concluir que Mittal no es de fiar. Engaña o pretende hacerlo como lo ha hecho en otros países. Hace bien el Gobierno vasco al ser contundente contra semejante “plan de negocio” hasta 2020 de cuatro páginas, como si el futuro de la ACB no valiera más allá del papel utilizado.

Es evidente que la dirección pretende lavar su imagen con estas propuestas y algunos sindicatos están dispuestos a aceptar las condiciones de la empresa, mientras que otros se dedican a criticar al Ejecutivo vasco. También se niega a una posible operación de venta como está ocurriendo en Gran Bretaña, donde los problemas del gigante indio Tata Steel han desembocado en un acuerdo con el fondo británico Greybull Capital para cederle una de sus divisiones europeas, que emplea a 4.800 trabajadores, como parte del proceso de venta de sus fábricas en el Reino Unido. Es decir, hay otras alternativas al cierre de plantas.

ArcelorMittal es la mayor productora de acero del mundo y está presidida por el hindú nacionalizado inglés Lakshmi Narayan Mittal. Sus dispendios se concretan en una mansión en Kensington, Inglaterra, que costó casi 130 millones de euros y es conocida como el Taj Mittal al estar cubierta por un mármol similar al Taj Mahal, o en un desembolso de 65 millones de euros para financiar la boda de su hija.

Los empleados de Mittal le han acusado en varias ocasiones de falta de seguridad incluso de promover el trabajo esclavo tras la muerte de múltiples mineros. En 2004, 23 obreros en Kazajistán murieron en varias explosiones en la mina porque los detectores de gas eran defectuosos.

En este escenario, la postura del Gobierno vasco es insuficiente si no cuenta con una actitud similar en Madrid y Bruselas, porque la situación del acero vasco no es una excepción en Europa, donde la laxitud arancelaria para las importaciones chinas, la rigurosa normativa en aspectos medioambientales, los costes energéticos y la carencia de una política industrial, han hecho que las siderurgias europeas sean objetivo del voraz apetito de grandes fortunas como la de Mittal.

La solución no es sencilla. La UE es incapaz de articular un plan común por divergencias entre los países más influyentes en Europa, sometidos a la estrategia neoliberal que rechaza una mayor regulación pública porque son ellos, los neoliberales, quienes aspiran a regular el mercado en parámetros de rentabilidad financiera.