TAL y como ha transcurrido la última semana, la compra de Sidenor a Gerdau es como un bálsamo para el dolorido cuerpo del sector vasco de acero y una reconfortante noticia para la economía del País Vasco en la medida que la nueva empresa pueda garantizar su viabilidad en un mercado internacional extraordinariamente competitivo e, incluso, agresivo, mientras los líderes políticos con aspiraciones monclovitas escenifican el debate sobre los impuestos, el déficit público y la creciente deuda. Sin olvidar las incendiarias declaraciones del presidente de la CEOE al definir como decimonónico el concepto de trabajo fijo.
Pero dejemos a un lado a unos y otros, para centrarnos en la operación de Sidenor, que devuelve su gestión a manos vascas y la recoloca en el mapa siderúrgico europeo. Siendo justos, habrá que reconocer que no es un movimiento expansivo del grupo inversor vasco, sino una medida defensiva para evitar mayores males en un grupo de empresas que estaban a la venta desde el pasado mes de octubre, cuando Gerdau, agobiada por la crisis en Brasil, decidió desprenderse de aquellas plantas que no estaban en su agenda pero que las adquirió hace 10 años dentro de un paquete en el que estaba su principal objetivo: la factoría brasileña de aceros especiales Aços Villares.
Como se sabe, los compradores de Sidenor son un grupo de directivos de la propia empresa y, en consecuencia, conocedores del negocio de aceros especiales. De momento, el acuerdo entre vendedores y compradores despeja el futuro de la empresa adquirida. Un futuro que se presentaba incierto y sujeto a especulaciones que generaban muchas dudas sobre su continuidad, habida cuenta los problemas añadidos provenientes de las plantas de ArcelorMittal en Sestao y Zumárraga. No, no eran buenos tiempos para el sector, que está sufriendo un sensible recorte tanto en el empleo directo como en el indirecto.
esperanza Así pues, la noticia reconforta por la operación en sí y por sus protagonistas, ya que, como se ha dicho desde el Gobierno vasco, los nuevos dueños de Sidenor son inversores locales “de referencia con larga trayectoria, que transmiten confianza por su compromiso y apuesta por Euskadi”. Como se sabe, Sidenor, que ahora va a recuperar el nombre, tiene su sede principal en Basauri y plantas de producción en Álava, Gipuzkoa, Cantabria y Cataluña. Sus ventas asciende a los 800 millones de euros anuales y la plantilla está compuesta por 2.200 empleados.
Con la operación en ciernes (se cerrará con el visto bueno de las autoridades españolas de la competencia) Sidenor recupera su capacidad de decisión. Se trata de una empresa pequeña en comparación con otras, pero dispone de uno de los Centros de Investigación y Desarrollo más grandes del sector del acero en Europa, siendo una referencia en el desarrollo de nuevas tecnologías en la producción de aceros especiales. He aquí dos factores muy significativos: Ser dueños de su destino y disponer de una herramienta tecnológica muy importante. Resta por saber la estrategia empresarial que va a seguir Sidenor en un mercado en el que (habrá que repetirlo hasta la saciedad) la competencia es tan brutal que apenas hay margen de error.
Dicho lo cual, habrá que congratularse ante una operación financiera que permite a Sidenor volver a estar en la línea de salida, aunque sea como cabeza de ratón. Ahora bien, permítanme que deje en estas líneas una última consideración, ya que no faltan opiniones que hablan, señalan o auguran la posibilidad de que la operación de los inversores vascos sea un paso intermedio para una nueva venta a corto plazo. La idea no es descabellada, dado que la especulación financiera existente y el hecho de que la empresa compradora, Clerbil SL, se haya creado hace un mes puede alimentar el recelo. Claro que, por otra parte, si las cosas siguieran como hace una semana, es decir, con riesgo de cierre en Sidenor, esas mismas voces hablarían de inacción empresarial y pasividad del Gobierno. ¿En qué quedamos?