LA canalla, es decir, yo, nosotros, la prensa en general, estábamos afilando la navaja para diseccionar como se merece a Ernesto Valverde por pecar de soberbia y resulta que la jugada le sale de cine al tío. Porque una cosa es hacer dos, tres, si acaso cuatro cambios para oxigenar el equipo tras los síntomas de asfixia que ofreció ante el Olympique de Marsella y otra pasarse de frenada, hasta el punto de desfigurar el semblante (y las prestaciones) del Athletic fetén y, en cierto modo, tirar de antemano el partido frente al Valencia, un rival de alcurnia que daba la impresión de haber remontado su lacerante crisis. Porque, reconozcámoslo, el equipo rojiblanco tiene un traje de buen ver para vestir los domingos, pero en cuanto recurre al fondo de armario... Y hay antecedentes que ilustran lo temerario que puede ser abusar con las rotaciones (y me estoy acordando del Villarreal en El Madrigal, por ejemplo).

Del equipo titular consolidado faltaban Raúl García, Iñaki Williams (bajas forzadas por sanción y lesión), San José, Susaeta o el insustituible Aduriz, y por Mestalla en cambio aparecieron Bóveda, Elustondo, Mikel Rico, Sabin Merino o Muniain, al que todavía le queda punto y medio para recuperar su mejor versión tras una larguísima ausencia, y encima distribuidos sobre el campo de aquella manera tan original como inédita.

Pues bien, visto el resultado de la operación Ojo de Lince que se cascó Valverde no hay otro remedio que rendirse ante su alarde de perspicacia. Parece claro que Don Ernesto tenía analizado sobradamente al rival y lo que parecía el resurgir (cuatro victorias consecutivas) tan solo se trata de una racha momentánea de lucidez enmarcada en una galopante situación de agonía.

Se puede decir a riesgo de caer en la exageración (lo cual requiere un cierto alarde de abstracción, sobre todo en la tediosa primera mitad) que el encuentro del Athletic ante el Valencia fue (casi) perfecto. Ha servido para recuperar la senda de la victoria en la liga al mismo tiempo que el técnico pudo ofrecer su total confianza a un puñado de jugadores poco habituales, con el consiguiente buen rollito, piña y sugestión que eso genera en el seno de la plantilla. En los momentos de zozobra que tuvo el partido, los imponderables, como son la suerte y el factor arbitral, se inclinaron descaradamente del lado rojiblanco (pongamos que las paradas de Iraizoz, la estupenda oportunidad de gol que falló Negredo a los 20 minutos o el penalti por mano descarada dentro del área propia de Etxeita que no vio, o no quiso ver, el trencilla Gil Manzano). Sabin Merino pudo culminar su semana de gloria abriendo el tarro de las esencias tres días después de anotar el valiosísimo gol que eliminó al Marsella. Valverde situó al muchacho por ahí (y entiéndase el por ahí que no ejercía de delantero centro, pero navegaba en la zona cuan avieso tiburón al acecho, otra sutileza de Valverde que sirvió para desorientar a los centrales valencianistas). No te cuento nada el bien que le tuvo que hacer a Muniain marcar el segundo gol después de largo tiempo sin tocar pelo, previo robo de balón y pase de Mikel Rico, otro que estaba necesitado de buenas vibraciones. El tercer gol ya fue como el apoteosis. Aduriz, no solo pudo disfrutar de una necesaria tregua en su titánico esfuerzo al servicio de la causa, sino que encima tuvo ocasión de salir un rato y engordar sus estupendas estadísticas bajo la ley del mínimo esfuerzo. Miel sobre hojuelas que el hombre pudorosamente no quiso celebrar, dado su pasado en el Valencia y lo deprimido que estaba el gentío que en su día le aclamó antes de regresar al redil de San Mamés.

Para redondear la tarde resulta que el inefable Gary Neville, además de lanzar rayos y centellas contra el árbitro, afirmó sin rubor que “hemos jugado los mejores 70 minutos desde que llegué al Valencia”, exclamó, lo cual, de ser así, nos llena el corazón de gozo. Si estos han sido los mejores 70 minutos... la clasificación para los cuartos de la Europa League es pan comido.