quédense con esta fecha, 19 de febrero de 2016. Será recordada por el triunfo de la globalización económica neoliberal sobre la democracia europea con el beneplácito de los gobiernos de los estados miembros de la UE, entregados en cuerpo y alma a los caprichos de un insaciable poder financiero que, no contento con la crisis económica que provocó hace casi una década, ahora reduce a su mínima y patética expresión la construcción europea iniciada en 1950 que tenía como principio filosófico “un proceso creador de una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”, según reza el Art. 1 del Tratado de la UE (TUE). Un objetivo basado en la gobernanza mediante instituciones supranacionales.
Sin embargo, Gran Bretaña ha conseguido poner negro sobre blanco que esa gobernanza se realice mediante organismos intergubernamentales en los que prevalece el interés de cada Estado miembro, al tiempo que se establecen una serie de recortes en materia política, social y financiera. Dejando a un lado los dos primeros aspectos (porque merecen una reflexión más amplia) las condiciones aceptadas por la UE en materia financiera demuestran que los socios del club europeo aceptan que otro socio no solo pueda negarse a cumplir las normas sino que pueda intervenir para cambiarlas si cree que son lesivas para sus intereses.
El Brexit es como una espada de Damocles que puede afectar tanto a la UE como a Gran Bretaña. El Reino Unido supone el 12,7% de la población europea. Casi el 16% del PIB. Las exportaciones británicas a la UE son el 9% de la riqueza del país y generan casi 2,3 millones de empleos. Una salida del club provocaría caídas del comercio y la inversión en ambos lados, según el laboratorio de ideas CER de Londres. No son, por tanto, desdeñables las consecuencias negativas, razón por la que la City londinense (principal centro financiero de Europa que supone un 14% de la economía británica) remitió a Cameron el mensaje de que era mejor cambiar la UE desde dentro que salir.
CINISMO BRITÁNICO Argumentan (desde la City) que “no pedimos un trato especial”, pero niegan la validez de toda regulación del mundo financiero con el agravante de un gran cinismo, como evidencia Simon Wells, economista jefe para el Reino Unido de HSBC (uno de los bancos acusados por la UE de manipular el euríbor), que manifestaba hace unos días: “Dado que la UE es, y seguirá siendo, el principal mercado de las exportaciones británicas, creemos que una salida sería demasiado arriesgada. Sería mejor reformar la UE para hacerla más competitiva y, en particular, avanzar para completar el mercado único de servicios”.
Vistas estas declaraciones y los acuerdos de Bruselas, el mayor damnificado al aceptar las exigencias de Cameron es la democracia europea, evidenciando que se cumple de forma nítida la teoría del Trilema de Dani Rodrik, expuesto en su libro The Globalization Paradox, cuando señala la necesidad de elegir dos de los tres conceptos fundamentales: globalización económica, democracia política o soberanía estatal, puesto que no son compatibles en un mundo hiperglobalizado y plano, con democracia y soberanía de los Estados. No al mismo tiempo, pero sí dos de ellos.
Las conclusiones de la última cumbre europea indican que los 28 Estados-socios de la UE han optado por ese mundo globalizado en manos de los gobiernos estatales que son, a su vez, títeres al servicio del poder financiero. La UE, como garante de las libertades y la democracia en Europa, así como la Unión Monetaria Europea (UME), que coordina las políticas económicas para cumplir los objetivos de la primera y con capacidad para regular el sector bancario en la zona euro, han claudicado ante el neoliberalismo de los banqueros que rechazan el exceso de regulación europea, sobre todo cuando se trata de poner límites a la manipulación de las divisas o los tipos de interés, así como a gravar las transacciones financieras.
La ciudadanía europea pagará las platos rotos del euroescepticismo británico y la debilidad de la UE.