AL minuto de iniciarse el partido tuve un pálpito turbio. No sabría cómo expresarlo, pero me recordó a esas películas de tono apocalíptico; con el protagonista atribulado por presagios de catástrofes e infiernos. Resulta que Aduriz anota un precioso gol, y no solo se lo anula el árbitro (jo, qué tarde), sino que el valiente ariete donostiarra se lleva de inmediato la mano a la pierna... ¡Ya está!, lo que faltaba: nuestro hombre imprescindible se ha lesionado. Santo cielo..., ¡qué horror! Perdemos, ¡seguro que perdemos!
Y así fue, cumpliéndose a rajatabla el mal augurio que me recorrió el cuerpo con el pálpito del primer minuto. Se puede contar de otra manera, aunque prefiero escapar por los cerros de Úbeda (pensándolo bien: qué chorrada lo del pálpito) para soslayar en lo posible lo evidente, que el Athletic perdió el derbi porque no pudo con su rival, que le superó en orden, control, acierto con el gol en una de sus escasas oportunidades y capacidad para romper el ritmo del partido según le interesaba, con la aquiescencia además de un lamentable colegiado.
Me parece que el regreso a la competición europea ha supuesto un considerable desgaste físico y mental que pasó factura. Los txuri-urdin estuvieron toda la semana preparando minuciosamente la cita de San Mamés, que para ellos es el momento culminante de la temporada. Así que, de lo malo, me reconforta ver a toda la hinchada txuri-urdin radiante de felicidad. Hay que congraciarse con el lado humano de la historia: es como si (igual exagero un poco, pero por ahí le anda) hubieran ganado la liga, mientras los rojiblancos estábamos con la cabeza puesta en otras cosas, así como más trascendentales, y lo del derbi sonaba como el eco de tambores lejanos. Y de repente la Real, que hace un mes era un equipo descosido y timorato, goleado por el Sporting (5-1) y a tres puntos del descenso, encadena cuatro victorias consecutivas, se coloca a tan solo dos puntos de distancia del Athletic y se le sube el pavo presumiendo de tres años y ocho derbis sin morder el polvo, así que su hinchada ya no cabe de gozo con tanta dicha.
“Es una derrota que hace daño”, confesó Valverde tras el partido, y tiene mucha razón. No se puede discutir el esfuerzo y la voluntariedad de los muchachos, pero a gente importante en el engranaje del equipo se le apagaron las luces (estoy pensando sobre todo en Beñat, el otrora hombre-faro, pero también en San José...). Lo de Aduriz y el pálpito afortunadamente se quedó en susto, pero en cambio Iñaki Williams acabó en la enfermería. Sucede que el Athletic únicamente ha sumado 8 de los últimos 24 puntos disputados, y así no se pueden tener delirios de grandeza. Sucede que el Villarreal, que también juega competición europea, empató anoche con el Atlético en el Vicente Calderón, engarza doce partidos consecutivos sin perder, se agarra como una lapa a la cuarta plaza (la bendita Champions) y se aleja a 14 puntos de distancia (15 con el golaveraje). O sea, que el Athletic bastante tiene con clasificarse otra vez para la Europa League, porque no da más de sí. Hubo un momento paradigmático en el encuentro: Susaeta naufragaba. Valverde miró a su banquillo y tiró de Viguera, el único recurso que le quedaba (y ustedes ya entienden lo que quiero decir).
Sin embargo, Iker Muniain disputó entero el partido transmitiendo buenas sensaciones. Queriendo la pelota, ofreciéndose a sus compañeros, desconcertando con sus requiebros y pillerías al rival (y hablando hasta por los codos). A modo de consuelo fatuo se puede añadir que la lesión de Williams dio paso al anhelado regreso de Raúl García tras mes y medio de ausencia, y eso reconforta.
Ha sido una jornada clarificadora. Los empates del Madrid en Málaga y del Atlético ante el Villarreal dejan al Barça el título en bandeja. Tanto madridistas como colchoneros no tienen otra: agarrarse a la Champions para salvar la temporada. Y por ahí también van los tiros del Athletic, ¿o no? El jueves viene el Marsella. Tengo un pálpito...