EN el torbellino típico de estas fiestas ha pasado inadvertida una noticia de gran importancia política: La guerra civil libia está a punto de acabar. Los mayores antagonistas políticos del país -los territorios orientales, capital Tobruk, y occidentales, capital Trípoli-, han acordado formar un Gobierno de unidad nacional.
El que ahora haya surgido un acuerdo que a finales de octubre (conferencia de Roma) aún parecía imposible no se debe a filigranas diplomáticas ni especulaciones oportunistas de los beligerantes libios, sino a una razón muy poderosa. Esta es el miedo de todos, desde los grandes señores de la guerra del este y oeste del país hasta los pequeños caciques locales, a que el gran beneficiario -o quizá el único- del caos actual vaya a ser el Estado Islámico (EI).
De momento, EI se ha apoderado ya del importante puerto de Sirte, en el centro del país, y está a un paso de conquistar también las refinerías próximas; a más largo plazo existe la posibilidad de ocupación de los yacimientos del sur. Esto no sólo significaría un incremento notabilísimo de las finanzas de los islamistas radicales en el norte de África, sino que reduciría notablemente los ingresos de los contendientes que se disputan los restos de la República libia de Gaddafi. Y si para vivir en paz esos contendientes eran incapaces de llegar al menor acuerdo, la perspectiva de empobrecer por culpa de un recién venido a la guerra fratricida sí que les ha permitido entenderse.
Este ataque islamista a la riqueza petrolífera libia es tan grave que el acuerdo para formar un Gobierno de unidad lo han firmado tanto los dos Parlamento actualmente activos en el país (Tobruk y Trípoli) como también las distintas tribus. Estas temen tanto la pérdida de ingresos por la expansión armada del EI como verse cogidas en una tenaza de intolerantes si dicha expansión llegase a culminar en una alianza de Boko Haram nigeriano con los seguidores de El Bagdadí. Para las tribus menores -es decir, todas menos las de Tobruk- tal coalición militar equivaldría a una condena a muerte militar y económica.
Claro que el acuerdo entre Tripolitania y Cirenaica no es hoy por hoy más que un documento. Hace falta que en un plazo de un mes se nombre un consejo (9 miembros) presidencial libio que designe un Gobierno provisional y organice elecciones generales dentro de dos años. Y, ante todo y sobre todo, hace falta ganar para el acuerdo a las muchas fuerzas menores que aún van a la suya y a los protagonistas exteriores -Turquía, Abu Dhabi y Qatar- que intervienen decisivamente con sus ayudas financieras? pero demasiado intermitentes e itinerantes como para permitirle a Libia ningún futuro político inmediato.