EL líder -al menos, todavía, y con permiso de Susana Díaz- del PSOE, Pedro Sánchez, está de periplo por Portugal, donde se está informando de primera mano acerca de cómo se logra un acuerdo de gobierno de izquierdas aun habiendo perdido las elecciones, ganadas por la derecha sin mayoría suficiente. Sánchez ha encontrado el modelo portugués, el espejo en el que mirarse aunque en la imagen que le devuelve no se vea tan atractivo como suele.

En el país luso gobierna el socialista António Costa, gracias a un pacto con los comunistas (que se reivindican como marxistas-leninista s) y el Bloco de Esquerda. Tras reunirse con el primer ministro portugués, Pedro Sánchez no ha tardado en proponer una “gran coalición progresista” en España si Rajoy, como parece, no consigue formar gobierno, pero no ha explicado ni cómo ni con quiénes, porque o bien intenta alargar como el chicle el concepto “progresista” o tiene que aunar bajo su sombra a todo lo que no es PP y Ciudadanos, incluidos Podemos, IU, PNV, ERC y EH Bildu, aunque en su mentalidad de aprendiz de brujo no piense tanto en su apoyo explícito como en su complicidad.

Quizá Sánchez no haya caído aún en la cuenta de algunos pequeños detalles más. El primero, que él no es António Costa ni tiene su experiencia ni respeto dentro de la izquierda de su país. Además, primero debe convencer de la bondad de ese pacto a la mitad de su partido, en especial a algunos barones y baronesas, sobre todo a Susana Díaz, que ya le han dejado claro que no están por la labor y hasta están preparando el terreno para quitárselo del medio. Es más, le han dicho bien a las claras que ni se le ocurra y apuestan por otra gran coalición... con el PP. Tampoco debe olvidar Sánchez que en el Estado español el asunto territorial, las reivindicaciones nacionales de Catalunya y Euskadi, la demanda de referéndum, etc. marcan -hasta ahora, al menos- líneas rojas que en Portugal no existen. Y, más allá de toda cuestión comparativa, el líder de los socialistas tendrá que valorar si el éxito del acuerdo portugués, su gran consistencia y solidez, quizá se deba a que lleva en vigor apenas mes y medio. Así que ya veremos si cumple con las expectativas, más allá de haber logrado el objetivo de desalojar a la derecha.

Es normal que Pedro Sánchez busque remedios a sus males en Portugal, el país de la saudade, ese sentimiento entre la melancolía, la frustración, el desaliento y el convencimiento íntimo de la imposibilidad metafísica de lograr lo que se anhela. Decía Amália Rodrigues, la reina del fado, esa música tan reconfortantemente triste, maravillosa y que mejor refleja la saudade, que para cantar estas melodías hay que sentirse “como alguien que no tiene ni ambiciones, ni deseos, una persona... como si no existiera. Esa persona soy yo y por eso he nacido para cantar el fado». O mucho en-gaña Pedro Sánchez o da la impresión de que está destinado a entonar -en portugués o en español- las excelencias de un pacto que no es capaz de alumbrar ni liderar porque no ha nacido para ello, si-no para cantar, melancólicamente, su propia frustración.