EL Instituto de la Memoria, Convivencia y Derechos Humanos acaba de echar a andar. Uno se imagina a quienes se han puesto tan complicada tarea cargados de ilusiones y, supongo, conscientes de las limitaciones. Empecemos por las primeras, por las ilusiones. La principal, como nos invita ese Gogora, traer a la memoria lo que durante tiempo ha permanecido escondido socialmente. Nunca se puede olvidar si te toca en primera persona; pero ese silencio espeso que ha ido marcando nuestras vidas sí que debe ser roto definitivamente.

Empecemos por distinguir los hechos, catalogarlos, hacer luz en las zonas oscuras, estudiarlos con la frialdad del forense para que, conocida la verdad, podamos pasar a la siguiente fase: la reflexión crítica sobre esos hechos. Recopilarlos requiere una implicación multidisciplinar y alta especialización profesional. La segunda fase, la de la reflexión crítica es delicada. De hecho, quizás acertáramos más si hablamos de “memorias”, en plural. Porque de un mismo hecho caben interpretaciones diversas y no necesariamente convergentes.

Tengo la impresión de que es relativamente sencillo caer en una tentación por parte de quien se siente al mismo tiempo víctima y culpable. Me explico: aquellos que justificaron en su momento un asesinato, hasta jalearon los más horribles crímenes sin ápice de humanidad o empatía se acercan hoy a aquel periodo concediéndose en nombre de la memoria explicaciones que no se pueden dar por buenas. Ahí caben todos los “mataban porque ellos torturaban”, “cómo íbamos a cruzarnos de brazos”, etc.

No deberíamos dar por buena esa versión suavizada del “ojo por ojo, diente por diente”, la memoria, lo que ahora muchas veces se llama “relato”, jamás puede servir como coartada que justifique actos violentos, radicalmente injustos. Podremos explicar el contexto, de acuerdo, pero jamás defender a través de esa reflexión actualizada que no había otro camino diferente al tiro en la nuca, la extorsión, la amenaza, la tortura en comisaría o la dispersión de manifestaciones a tiro limpio.

Fíjense que he enumerado situaciones muy diferentes que tienen en común, y solo eso, la violencia. Porque, enlazando con el intento justificador, lo siguiente que conviene tener en cuenta a la hora de acercarse al repaso de nuestra historia reciente es que esa revisión tampoco puede aspirar a equiparar hechos que tienen raíces muy diferentes.

Si de esa puesta en común de los hechos y de las memorias surge algo parecido a enseñanzas para generaciones futuras, Gogora podrá explicar que su trabajo merece la pena. No intentarlo hubiera sido imperdonable.